Señores/as,

me encuentro en Dubai por trabajo. Un trabajo agradable, todo sea dicho. Tanto jeque arriba y abajo me sube la moral, aún queda gente a la que eso de «crisis» le suena a chascarrillo y eso se agradece.

Aquí en la Disneylandia del petróleo solo les preocupa que el centro comercial abra hasta la medianoche y que no se acabe el suministro de Gucci y Louis Vuitton. Esto es vida señores/as, así se lo digo. Llámenme materialista y superficial y todo lo que les ocurra, expulsen sus demonios en este bendito foro, pero si no fuera porque aquí en verano puedes freírte un huevo frito en la frente a los cinco segundos de salir a la calle hasta me quedaría a hacerles compañía a los de los turbantes y las túnicas. El único problema sería encontrar un curro que me llenará de dinero.

Lo sé, un pequeño inconveniente. Se aceptan sugerencias.

La cuestión es que ya estaba aquí me he pasado por el cine. Es algo que siempre hago, así se conoce a la población local y se investigan sus usos y costumbres. Lo primero que me ha sorprendido ha sido lo de las entradas platino, una modalidad por la cual es espectador (previo pago de una generosa suma) accede a una habitación privada para ver la película. Eso sí, hay un cartel gigante que pone «no permitido a menores de 18 años». Ya se sabe lo que le mola a la gente en salas oscuras cuando la carne aprieta.

Lo segundo que me ha llamado la atención ha sido el hecho de que a las seis de la tarde en un día laborable la sala estaba a reventar y de que en la entrada de la sala había un cartel en árabe y en inglés que rezaba » esto a punto de entrar a la proyección, desde este punto absténgase de conversar».

Me he emocionado, lo reconozco.

A lo que iba: ya que había visto todo lo que daban me he metido a ver El turista. Desconozco la fecha de estreno en España y hasta puede que en el momento de redactar estas lineas ya haya asomado la cabeza por nuestro país. Si es así y la han ido a ver les pido disculpas por no haberles advertido: en caso de que ello se haya producido habría faltado gravemente a mis obligaciones para con ustedes y yo mismo recomendaría al señor Moltó que redujera mis honorarios por incomparecencia.

Si no se ha estrenado aún déjenme que les diga una cosa: huyan. Corran. Desaparezcan.

El turista es la peor película del año. La peor, la más patética, la más vil, la más andrajosa… añadan ustedes/as los adjetivos que crean adecuados: no lograrán acercarse al nivel de ignominia que atesora esta basurilla en 35 milímetros.

Algo me temía yo al ver el nombre del director: Florian Henckel von Donnersmarck.

Este hombre había dirigido la estupendísima La vida de los otros. Lamentablemente no ha podido resistir la tentación de la sirena hollywoodiense y la ha cagado sin remedio. Pobre hombre.

La película cuenta la historia de una señora de buen ver que para despistar a sus perseguidores seduce a un profesor de matemáticas de Wisconsin, o algo parecido. Una mala anécdota tramposa y marrullera que no serviría ni para un corto.

La química entre los dos protagonistas, cómo se lo contaría…

Es que no sé como contárselo: Johnny Depp (sí, Depp) parpadea y pone cara de «tengo que ir al Carrefour a por huevos» mientras que Angelina Jolie (¡Angelina Jolie!) es más » a mi no me miren, yo he visto luz y he entrado».

Que suplicio Dios mío de mi vida.

Ah sí, la película acontece en Venecia y uno desearía que alguien les apaleara a todos con un remo y luego los atropellara con la gondola. Y que repitiera la acción tantas veces como fuera necesario.
Por cierto, cuando vayan a ver la película fíjense en la primera escena: solo con ella ya se sabe que la película va a ser como una deposición de camello.

O de elefante, o de oso polar.

Elijan ustedes el animal, el caso es que El turista apesta.

He llegado al hotel, me he duchado y sigo oliendo a Florian Henckel von Donnersmarck, que se dice pronto.

Florian amigo, vuelve pa’ Alemania y pide perdón. Yo no te perdonaré pero alguno/a habrá que te crea en tus patéticos balbuceos.

Hasta entonces, abrazos/as,

T.G.