La primera vez que puse un coche en movimiento fue con 12 años. En una explanada enorme, sin ningún coche además del nuestro, mi padre me enseñó a conducir. Corrijo. Mi padre me enseñó a poner un coche en movimiento. Era un Seat 850 y yo miraba (y veía) entre el aro del volante y la visera gris que cubría la instrumentación del coche. No llegaba a ver por encima del volante. La instrumentación incluía termometro de agua, por cierto, aunque no llevaba cuentarevoluciones.

Unos meses más tarde, cuando crecí un poco, el volante (enorme volante negro, fino como un lápiz de labios) se interponía entre mis ojos y la carretera. Durante unas semana dudaba entre agacharme y estirarme para ver bien.

Desde que aprendí a soltar el embrague sin que se me calara el coche (paciencia infinita la de mi padre aquella tarde, parece mentira, con lo fácil que es, la de rato que me costó aprender a soltar el embrague despacio en el momento preciso), desde que aprendí a soltar el embrague, decía, intentaba conducir siempre que podía. Se cumplen 44 años de aquello y hace 44 años tampoco se podía conducir con menos de 18 años y sin carnet. Pero en aquellas épocas había caminos por donde yo vivía (espero que todo esté prescrito) y yo conducía por esos caminos, practicaba el punta-tacón (tacón-punta en el 850) y maniobraba a todas horas en el garaje de mi casa para darle la vuelta al coche en el mínimo espacio posible.

Con 13 ó 14 años le daba clases a mi hermana antes de su examen, para que cogiera soltura con los pedales y con las maniobras. Desde pequeño, lo mismo que con el esquí, esa sensación de velocidad y de búsqueda del límite del agarre me ha fascinado. Disfruto hoy tanto como cuando era joven al conducir por una carretera encharcada o con nieve. Hay algo en el ambiente de esas situaciones, cuando la carretera está nevada, que dispara todos mis resortes de placer.

Participé en carreras de joven y no lo hacía rematadamente mal, pero empecé a correr muy mayor y además eso de correr era muy caro. Tuve un accidente con muchas vueltas de campana (muchas muchas) y después de aquel accidente creo que ya nunca apuré igual. Ahora sigo disfrutando mucho con la velocidad, correría miles de carreras, pero ya no para ganar. No sirvo. Ese último medio segundo se lo dejo a los otros. Me gusta ir rápido, pero soy incapaz de apurar como apuraba.

En fin, a lo que iba, que me saqué el carnet con 18 años y 15 días (supendí a la primera) y desde entonces, hace 42 años, mi cerebro está entrenado y acostumbrado a frenar cuando el semáforo está en rojo y acelerar cuando se pone verde.

Pues ahora va y resulta que, el Blunik, un aparato que utilizo para correr en rallyes de regularidad y que te indica si vas demasiado lento, demasiado rápido o en tu media excata, cuando vas lento y tienes que acelerar, enciende una luz roja y cuando vas rápido y tienes que frenar, enciende una luz verde.

Esa tontería, ese detalle nimio, hace que mi tensión en los rallyes de regularidad se incremente de forma drástica. Confieso que ya me he acostumbrado al rojo. Cuando me aparece la luz roja, lo percibo como una riña. Y si me riñe sólo puede ser porque voy despacio. Al principio tampoco me salía y cuando veía la luz roja yo frenaba. Sin embargo ese acto reflejo ya lo he cambiado. Veo la luz roja y acelero instantáneamente.

Sin embargo, la luz verde me cuesta. No sé, necesito unas décimas de segundo, no sé decir cuantas, procesar que cuando la luz es verde tengo que frenar. No sólo me cuesta tiempo de reacción. También me genera cansancio mental.

Recuerdo que en el tramo 14, que sorprendentemente estuvimos a punto de ganar, le dije a José Ignacio, mi copiloto, tan novato como yo y con el que hemos aprendido mucho juntos en este rallye, que lo estaba haciendo mal (yo) porque estaba cansado mentalmente. Recuerdo perfectamente la concentración en ese tramo (que fue intenso) y darme cuenta de que no reaccionaba con la rapidez que me hubiera gustado a las luces e indicaciones del Blunik. Casi al final del tramo nos pasamos de largo un cruce a la izquierda, si no recuerdo mal, y penalizamos 11 segundos en total que nos costaron la victoria del tramo. Si no hubiera sido por esa pérdida, lo hubiéramos ganado. Sin embargo, mi sensación era que yo estaba conduciendo muy mal y así se lo dije a José Ignacio en el mismo tramo. Supongo que el resto de participantes también se cansan.

También recuerdo que ese momento de agotamiento mental se me pasó y en los siguientes tramos no lo volví a sentir. En el tramo 14 hicimos el tercer mejor tiempo, si no me he equivocado con las cuentas de la clasificación, en el 15 hicimos el cuarto mejor tiempo y en el 16, antes de la cena, empezó el diluvio, íbamos sin luces (sólo las de posición), se nos rompió el limpiaparabrisas sólo empezar el tramo y nos perdimos. Aun así, hicimos un resultado digno.

¿Por qué desapareció el cansancio de mi cabeza? Pues yo creo que porque los dos últimos tramos fueron muy difíciles y la adrenalina se disparó (me lo invento). Es soprendente porque el cansancio desapareció de mi cabeza. No llevábamos luces desde la mañana, pero nos dimos cuenta al encenderlas, que no iluminaban. La noche anterior sí habían funcionado, pero justo en el parque cerrado, al terminar la primera etapa, dejaron de funcionar los elevalunas eléctricos. Luego supimos que no fueron únicamente los elevalunas.

En esas condiciones, José Ignacio y yo nos crecimos. Con la rotura del limpiaparabrisas no contábamos. La verdad es que, ahora que veo los tiempos, el tramo lo empezamos estupendamente. Un cero y dos 0,1 en los tres primeros controles. Estábamos crecidos. Pero nos volvimos a enredar en un cruce y esos fallos no perdonan.

Nada por lo que sufrir. Lo hicimos muy bien esa tarde. Porque al dudar, nos paramos. De hecho, nos paramos dos veces. Y de esa forma las pérdidas son dolorosas, pero no definitivas. En este tramo tuvimos que recuperar el tiempo perdido bajo el aguacero, sólo con luces de posición y el limpiaparbrisas roto. A pesar de que el tramo era corto y que la carretera deslizaba como a mí me gusta, recuperamos los segundos que perdimos y llegamos a la meta en tiempo. De hecho, una décima adelantados. Fue un tramo muy bonito. Mi raqueta del limpiaparabrisas se salió de su enganche, pero la raqueta de la derecha sí funcionaba. Yo conducía escorado para intentar ver por donde limpiaba la raqueta derecha. Era casi de noche y los charcos los veía siempre tarde. Fue muy bonito. Que estuviera oscuro era una ventaja, porque en el caso de que hubiera venido un coche de frente, las luces ayudan mucho a verlo pronto. Y hay que tener en cuenta que la velocidad media máxima estipulada es de 50 km/h, por lo que cuando uno va rápido siempre es con relación a esa referencia.

Ese adelanto con el que penalizamos en los dos últimos controles del tramo se debe a que cuando vas más rápido de la media recomendada, al llegar a tu punto de equilibrio normalmente se enciende la luz verde, porque te pasas ligeramente. Y yo tengo un problema con esa luz verde.

He escrito este texto porque espero que me sirva de terapia y asimilar que en los rallyes de regularidad luz verde significa frenar.