En moto. Parado en un semáforo. Golpetazo que no veo venir. Al suelo. Arrastro con la moto y me quedo tumbado sobre la acera.

Aturdido, veo que un camión de la basura grande como un edificio está a cinco centímetros de la moto y a diez de mí.

—¡Pero por qué os metéis por dentro de los giros! ¡No os dais cuenta de que no os veo! !No veis esta pegatina que pone que no adelantéis por el interior!

Sigo aturdido, no sé qué ha ocurrido, sólo sé que un tipo que interpreto que es el conductor del camión me está metiendo la bronca a voz en grito. En ese primer momento ni siquiera soy consciente de que estaba parado en un semáforo en rojo esperando a que se pusiera en verde. Estoy en el suelo, dolorido, me duelen las dos piernas, pero sobre todo la rodilla derecha. Hay un hombre gritándome. Me encuentro mal por el golpetazo y por el dolor y el hombre me está acusando de no sé qué. Tonto de mí, sólo pienso en qué puedo haber hecho mal. Estoy en el suelo. Algo tengo que haber hecho mal porque este hombre, gritando como un energúmeno, me dice que algo he hecho mal. Intento entender la pegatina.

No recuerdo haber visto ningún camión de la basura en ningún momento esta mañana. No me he dado ningún golpe en la cabeza, no he perdido el conocimiento, pero en ese momento no soy consciente de qué ha ocurrido. No recuerdo haberme metido por ningún interior de ningún camión ni de la basura ni de nada. Ahora, sin embargo, un camión enorme esta muy pegadito a mí y a la moto, parado, ocupando todo el paso de peatones.

—Esta pegatina pone que no te metas por el interior del camión por detrás, pero yo estaba delante— acierto a decir, sin saber bien qué estoy diciendo.

—¡Da igual por detrás que por delante, no os metáis por el interior!

No soy consciente de haberme metido por ningún interior. Estoy en el suelo, puedo haber hecho algo mal, pero no sé de qué me habla este hombre. No he pasado cerca de ningún camión de la basura en ningún momento que yo recuerde en las últimas horas. No sé ni de dónde ha salido y mira que es grande.

Mihai asegura la moto para fijarla al remolque tras el accidente.

«¡Levántate!»

Hay mucha gente arremolinada alrededor. Nadie dice nada. Les miro en un intento de saber si alguien me puede explicar qué ha ocurrido. En ese momento, me doy cuenta de que estoy en un paso de peatones. «Ah, es cierto. Yo estaba parado en el semáforo en rojo, esperando al verde», recuerdo como en un flashazo. Una de las personas que están de espectadoras me dice que llame al Samur. Todavía estoy asustado. El camión está muy cerca, bloqueando todo el paso de peatones. Pienso que podía haber pasado por encima de mí y por encima de la moto y que en ese momento podía estar aplastado.

El conductor del camión hace ademán de darme la mano y grita «Venga, levántante»

No me quiero levantar todavía estoy asustado y dolorido, tengo que evaluar mejor si me puedo mover bien o no, si tengo que llamar al Samur o no.

— No, no me quiero levantar.

Se agacha más para agarrarme la mano y yo me tumbo más en el suelo. Me doy con el casco contra el pavimento. Me estoy cabreando y ahora grito yo también

—¡Que no me voy a levantar!— aunque no sé si me oyen porque probablemente esté con la visera del casco todavía puesta, aunque tampoco soy consciente.

Poco a poco voy recordando lo que había ocurrido. estaba tan tranquilo y relajado, parado en la moto ante un paso de peatones, esperando a que cambiara de rojo a verde cuando de pronto me han dado un golpetazo por detrás y me he ido al suelo.

«Estaba parado en un semáforo en rojo»

—¡No me he metido por el interior del camión. Yo estaba parado en el semáforo en rojo y me habéis golpeado por detrás!— digo por fin cuando ya lo tengo claro. Los espectadores transeúntes siguen mudos. Ninguno dijo nada cuando el conductor dijo que no me metiera por en medio. Ninguno dice nada cuando yo digo que estaba parado en el semáforo. El factor común, en ellas y ellos, es la cara de susto.

Todo parece indicar que el conductor y los ocupantes del camión entienden que ha sido así. El conductor no dice nada.

Uno de los compañeros del conductor, en el camión iban tres ocupantes, dice:

—Íbamos hablando y no te hemos visto.

—Claro, ibais hablando.

—Pero nosotros no conducimos—. Señala a él y a su compañero.

Nos vamos calmando todos. Una de las transeúntes, impaciente, insiste: «¡Llama al Samur!».

—De momento no. Gracias. Creo que no hace falta. No parece que tenga nada roto.— No quiero que se me lleven de ahí en ambulancia y dejar la moto. No sé cuándo podré volver a recogerla.

Veo que el conductor del camión está tirando con las manos de la escalerilla por la que se sube a las plazas de la derecha que está rota y rozando con el neumático. Es con lo que me ha golpeado. Ya entiendo lo que ha ocurrido. El camión ha girado a la derecha desde la calle Bravo Murillo y como yo estaba parado escorado a la derecha del paso de peatones para dejar sitio a otros coches, para que los que giran ocuparan el menor espacio posible del cruce (siempre lo hago así pero dejaré de hacerlo en la derecha), no me ha visto desde la altura del puesto de conductor en el lado izquierdo del camión y me ha arrollado.

Un golpe con la esquina delantera derecha

El conductor se dirige a sus compañeros.

—Le hemos dado con esto. Ayúdame a tirar para que no roce con la rueda y que podamos sacar el camión de aquí—. le dice a uno de sus compañeros. Estaba ocupando prácticamente entero el paso de peatones y probablemente interrumpiendo el tráfico en ese punto porque la calle allí no es ancha. Lo sorprendente, pienso ahora, es que el camión estuviera tan metido en el paso de peatones, porque el semáforo estaba en rojo en el momento del impacto.

El camión golpeó mi moto con esta escalerilla y por las marcas probablemente también con el paragolpes. La escalerilla se quedó rozando con el neumático (la foto está tomada después de que tiraran de ella para intentar devolverla a su posición inicial). Probablemente fue una suerte que yo tuviera apretada la maneta del freno delantero, porque de esta forma no debí de salir despedido con tanta aceleración.

El otro compañero, el que había dicho que no me había visto y propietario también de moto, seguía atento.

—Con tu permiso, paro la moto—. Asiento con la cabeza desde el suelo y sin dudar le da a botón correcto para detenerla. Hasta ese momento no me había dado ni cuenta de que la moto seguía en marcha. Como estaba parado en el semáforo, supongo que estaría en punto muerto y por ese motivo no se había calado.

—¿Cómo estás? ¿Vas mejor? ¿Te ayudo a levantarte?— Me dolía todo más o menos lo mismo que en el minuto anterior, cuando su compañero se había empeñado en que me levantara del suelo, pero la diferencia de tono era suficiente para que lo intentara. Si no iba a llamar al Samur, ¿para qué iba a seguir en el suelo?

Una vez de pie, me quito el casco y llamo al teléfono de emergencias para intentar que venga la policía municipal para explicarle lo ocurrido. El conductor del camión se acerca para darme un número de teléfono, de las oficinas de su empresa. «Por si lo necesitas». Me dice que se tienen que ir. Su tono también es diferente. Entiendo que su susto al principio también fue enorme. No me había visto y podía haberme pasado por encima. Le pido que espere un minuto, que voy cojo, pero que necesito hacerle una foto a la matrícula del camión y otra a la escalerilla rota. Mientras hago las fotos, suben al camión y se van.

Policía municipal, compañía aseguradora y testigos

La policía municipal tarda poco en llegar. Una agente muy amable me escucha y apunta todo. No puede escuchar la versión de la parte contraria, pero anota todo lo que le cuento y la matrícula del camión. Espero que no haya problemas con el seguro de la parte contraria, porque el destrozo en la moto es severo. Ningún testigo se ha ofrecido a darme su teléfono y yo tampoco se lo he pedido a nadie. Por la zona de impacto en la moto (parte posterior), por la zona de impacto en el camión (esquina delantera derecha) y por las marcas en el suelo del arrastrón de la moto en el paso de peatones entiendo de que no habrá dudas de que yo estaba detenido esperando a que el semáforo se pusiera en verde y que el camión me ha arrollado. Pero hasta que no tenga la confirmación no me quedaré tranquilo.

Marcas en el suelo del arrastrón de la moto en el paso de peatones.

Con el aturdimiento del golpe y el enorme susto es difícil mantener la cabeza fría. Como además estás magullado y en el suelo, no puedes hacer fotos de la situación. Me hubiera dado mucha tranquilidad que algún testigo me hubiera dado su teléfono, pero no me atreví a pedírselo a nadie. Las personas que estaban mirando no intervinieron nunca para decir lo que había ocurrido. Quizá no lo vieron. Lo que sí pude ver en todas ellas era cara de espanto. Supongo que se asustaron mucho de ver el camión enorme abalanzarse sobre la moto y sobre mí.

Llevar la moto al taller

Mi primer intento fue llevar la moto al taller en marcha. Mala idea. Me dolían las piernas, pero no quería esperar a que vinieran a recogerla. Tenía ganas de ir al médico a que me viera. Me subí a la moto con dolor pero me pareció que podía conducir sin riesgo. Podía frenar y cambiar de marcha. La arranqué y antes de recorrer cien metros advertí que era muy peligroso circular con ella. El manillar estaba descuadrado y el freno delantero fuera de madre. La aparque en un aparcamiento de motos situado junto al punto del accidente y llamé a la compañía aseguradora.

La moto está asegurada en Génesis, pero por lo que vi sorprendido en ese momento Génesis no ofrece ningún número de teléfono al que llamar en caso de siniestro. Tienes que enviar un mensaje a través de la web y ellos te devuelven la llamada. Quizá lo busqué mal, pero no encontré otra solución. No es un sistema tranquilizador tras un siniestro e imagino que desesperante si no tienes cobertura de datos en ese momento para realizar la solicitud. Finalmente, cuando se pusieron en contacto conmigo, que no fue precisamente con rapidez (me llamaron de vuelta unos diez minutos después de que yo enviara la solicitud, diez minutos que pasas con el teléfono en la mano sin hacer llamadas y colgando cualquier llamada entrante), me tuvieron otros diez o 15 minutos sin atenderme, con música y anuncios de llamada en espera, diciendo que me iban a atender pronto. Por fin, cuando me atendieron, la persona que me atendió fue resolutiva. Me insistió en que llevara la moto a uno de los talleres concertados por la compañía. Me negué. Yo quería que la revisaran y repararan en BMW Madrid, concesionario oficial de BMW. Sé que no son el taller más barato, pero como no conozco ningún taller de confianza para motos, opté por el servicio oficial.

Mihai, el mejor gruero

Lo mejor de la mañana fue ver trabajar a Mihai, la persona que me enviaron desde el seguro para llevar la moto al taller. Verlo trabajar fue una gozada, pero me impresionó especialmente su habilidad y capacidad para subir la moto al remolque. Un remolque que no es bajo y con una notable pendiente para la rampa de subida. Si llego a tener que subir la moto yo a ese remolque hubiera multiplicado las heridas de la moto y quizá hasta las mías por dos o por tres. Cuando vi el remolque y la rampa le pregunté si quería que subiera yo la moto en marcha. Me miró con cara de «este tío está loco» y sin decir nada hizo un gesto que me dejó clarísimo que no.

Mihai, el mejor gruero. Gracias Mihai por tu simpatía y buen trabajo. Da mucho gusto recibir un trato así en momentos feos.

Con la moto en punto muerto, agarrada desde el lado izquierdo y con dos o tres metros de carrerilla subió la moto al remolque con una facilidad pasmosa. Supongo que alguna moto se le habrá caído, especialmente las primeras veces. Yo no sería capaz nunca de hacer eso con mi moto y creo que con ninguna otra. Quizá con una bicicleta. Como le felicité, me dice: «Pero si esta moto no pesa nada». Me hizo gracia, porque a mí me cuesta moverla incluso sobre el piso llano y mi rodilla derecha está abollada porque algo debe de pesar.

Una moto magullada

Aparentemente, la moto sólo tiene pequeños raspones, pero además tiene la tija partida, según me mostraron en el taller. Al parecer, según me dijeron, al tener el freno delantero apretado, el peso de la moto cae sobre la tija y no es infrecuente que se rompa cuando te dan golpes en parado. Hice muy bien en no llevar la moto en marcha hasta el taller, porque no sé qué podía haber ocurrido. Otra posibilidd que pienso que puede haber ocurido es que la rueda golpeara con la barandilla metálica que hay en ese lugar, porque tanto la moto como yo estábamos encima de la acera.

Además de la tija, el disco delantero parece que también ha sufrido, precisamente por tener el freno apretado. En el lateral derecho los arañazos son considerables en todos los elementos: estribos, pedal de freno, tapa del motor, manillar, maneta del freno, plásticos… El golpe que me llevó al suelo fue en el tubo de escape, que está en el lado izquierdo de la moto. Todo el escape está torcido y también sus anclajes.

Por las marcas en el suelo se aprecia que la moto arrastró por el asfalto con todos los elementos posibles del lateral derecho, desde esta tapa de motor, situada en la parte inferior, hasta el manillar y la maneta de freno en la parte más alta. Lo que yo no sabía y que me dijeron en el concesionario, es que la tija estaba partida.

En el fondo, y visto desde ahora, me parece una suerte que el camión me golpeara en la parte posterior del escape, porque de no haber encontrado el escape, que es muy voluminoso, es probable que me hubiera golpeado directamente a mí en la pierna izquierda con el paragolpes delantero o quizá con el neumático y que o bien me hubiera arrastrado o que hubiera apretado la pierna contra el lateral de la moto, en una caída que intuyo hubiera sido mucho peor. Ahora que lo escribo entiendo la cara de susto de los transeúntes, que debieron de ver cómo el enorme camión se iba acercando a mí sin detenerse. También pienso que tengo mucha suerte de que no me pasara prácticamente nada. La rodilla, con hielo y pomada, me permitirá hacer vida normal y deporte muy pronto.

Un aprendizaje de mucho valor

Con este accidente he aprendido algo en lo que nunca había pensado. En moto, y quizá también en coche si no es alto y grande, cuando eres el primer vehículo que llega con el semáforo en rojo al paso de peatones, en el arranque de la calle situada tras un cruce, conviene situarse escorado a la izquierda y no a la derecha. En países con circulación a la derecha, como España, el conductor de los vehículos muy altos y anchos, si no van pegados al parabrisas, cuando se incorporan a la nueva calle tras realizar el giro, tienen más dificultades para verte si estás detenido en el interior de la curva que en la zona exterior.

La moto estaba detenida en en lugar señalado con un punto rojo. El camión, al igual que yo, provenía de la calle Bravo Murillo y se incorporaba a Lope de Haro tras girar a la derecha. (Imagen de Google Maps)

Después del accidente y mientras llegaba la grúa, estuve un buen rato analizando el tráfico que venía desde Bravo Murillo y que giraba a la derecha. Supongo, porque no existe otra posibilidad, que el camión venía desde Bravo Murillo. Cuando se pone verde en Bravo Murillo, que es desde venía yo también, los primeros coches o motos llegan al semáforo de Lope de Haro cuando todavía está rojo para los automóviles y verde para los peatones.

Después de unos pocos segundos de detención, el semáforo se pone en ambar intermitente para los automóviles y en verde intermitente para los peatones. Yo no vi cambiar la luz de rojo a ámbar, pero es muy posible que cambiara un instante después de que recibiera el golpe. Supongo que el conductor del camión (dejo bien claro que es una suposición), si pasa por ese cruce todos los días, sepa que con la lentitud de arranque del camión cuando el llega al paso de peatones es más o menos el momento de cambio de rojo a ámbar. Si desde su altura ve que no pasan peatones ni siquiera frena porque sabe que inmediatamente se pondrá en ambar. Por este motivo, incluso después de golpear mi moto y de frenar con todas sus fuerzas tras advertir el impacto (que es la reacción inevitable, supongo yo) el camión no se detuvo hasta ocupar todo el paso de peatones.

En los giros, mejor situarse en el lado izquierdo

Si en lugar de estar parado con la moto escorado a la derecha me hubiera parado escorado a la izquierda, el conductor del camión me habría visto. Siempre, siempre, siempre cuando me paro en moto en un semáforo me paro escorado hacia uno de los lados. El principal motivo es por seguridad. Tanto en una calle estrecha como en una calle de varios carriles, dejo el mayor espacio posible para que si el conductor de un coche no me ve, pueda esquivarme de un volantazo si finalmente me ve en el último segundo. El otro motivo, como ocurrió en esta ocasión, es habilitar el mayor espacio posible para que los coches que tengan que detenerse tras girar en un cruce no obstaculicen a los coches que tienen que seguir recto.

A partir de ahora, cuando recupere la moto, me seguiré escorando a un lado. En España y en países de conducción a la derecha, en lugar de escorarme hacia la derecha me escoraré hacia la izquierda, al menos en los cruces. En los semáforos situados tras un tramo recto, creo que es mejor situarse a la derecha del todo, porque en la izquierda el montante del parabrisas puede impedir que te vean.