Lo que aparta a la infancia de la madurez es el número de golpes que has recibido de la vida, porque en efecto, la vida nos madura a base de mamporros. Llega un momento en que apenas duelen y ese es el momento en el que la vida ha dejado de tener interés. Pero sin ponernos excesivamente intensos, el día que me subí a éste Peugeot de formas tan singulares, tan apartadas del resto, maduré. Mucho. Porque me di un porrazo en los cuernos al subirme al habitáculo que aún me duele. Aprendí de la experiencia y ya nunca me volvió a suceder. La vida misma.

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Es característico. Diferente. Atrevido. Y a mi juicio, precioso.


 
Lo había visto por la calle con frecuencia, siempre me pareció que, al menos la vitola, era fantástica. Valiente. Atrevida. Me parece un paso adelante entre tanta caja tan parecida y no escondo mi atracción por la estampa, pero también me preguntaba si su conducción estaría a la altura de tanta imagen, hay veces que la imagen extiende cheques que la conducción no puede pagar.
Jamás me he guiado por la apariencia de los coches, porque con independencia de cómo éstos luzcan, los coches hablan cuando se mueven, son como los caballos: pueden lucir bonitos y luego ser torpes, o lo contrario. Con alta frecuencia me he encontrado con coches que no decían nada y que luego resultaban increíblemente divertidos o satisfactorios de conducir; pero este Peugeot, desde luego, lo que es gustarme, me gustaba, así que pedí uno y -oh maravilla- llegó. Porque no siempre llega lo que uno quiere, ojo, a veces uno pide cosas y a las marcas no les parece, qué majas ellas.
Pero vamos al lío.
Subidos al Peugeot, y luego de superado el porrazo del que hablaba, pongo la llave en el contacto. Instrumentación, clara, legible, bien dispuesta y con algún detalle algo desmerecedor como ese display de dígitos rojizos tan de los noventa. Que no es que importe, hace su función, y la hace bien, pero empieza a destilar un toque vintage, pero eso es por ser puñetero, porque todo lo demás está muy bien dispuesto, es más, está agradable. Los Peugeot siempre han resultado más acogedores que sus equivalentes franceses, o al menos a mí así me lo ha parecido. Hay un ambiente sereno y tranquilo, la rumorosidad del 1.6 es inexistente salvo por un grave sonido lejano y el nivel de vibraciones de la planta motriz (*) es, posiblemente, de los mejores que he percibido: apenas vibra ni se siente. La climatización es, igualmente, poco ruidosa y todo ello contribuye a esa experiencia agradable -hogareña incluso- en cabina (**).
peugeot rcz interior

En la imagen, el interior (qué obviedad). Bien organizado y dispuesto.


 
En marcha, la ausencia de un sonido dramático, forzadamente deportivo, vuelve a situarlo en un territorio de mayor comodidad de lo que esperaba, la suspensión es firme pero no exagerada. La dirección es precisa, el guiado es bueno y el coche empieza a alegrarme la mañana y el golpe en la cabeza, comienza a dejar de dolerme.
El cambio de marchas es típicamente Peugeot: entra bien, con un recorrido no demasiado largo pero sí muy notorio, áspero y sin embargo, agradable. El motor empuja mucho y muy bien y sin descanso hasta la línea roja, sin desfallecimientos ni baches apreciables. Es consistente y vigoroso. No brioso ni rabioso, pero sí fuerte. No es un atleta fino sino un levantador de piedras vasco: robusto, corpulento y seguro.
Siendo un motor 1.6 con 200 CV esperaba encontrarme un carácter de rendimiento más puntiagudo, con esas sensaciones de conducción tan «deportivas» como una pérdida casi constante de tracción, o un comportamiento más saltarín del coche, o que éste tuviese una amortiguación para dejarse los empastes y que eso le hiciese parecer a uno que va en una máquina colérica, a domesticar. A mí, la verdad, ya me empiezan a aburrir los coches que van de histéricos por la vida sin motivos para ello. En el mundo de las carreras, hay coches que tienen una banda de uso muy estrecha, y que exigen mucho trabajo al volante para ir rápidos. Y luego hay algunos coches que tienen una banda de uso más ancha, y no exigen tanto trabajo al piloto para hacer los mismos tiempos. A esos, se les suele denominar como «Madres».
Y ese es el calificativo que se le podría poner a este Peugeot. Es una Madre. Es un coche en el que uno va cómodo, es poco ruidoso, anda muy bien sin que su andar venga acompañado de una banda sonora antisocial, no es histérico de reacciones, sino cómodo en ellas y va impulsado por un motor descansado de llevar. Es cierto que no es tan ágil como un coche «rabioso» en curvas lentas, pero a cambio en curvas medias o incluso rápidas, tiene un pisar, una precisión y aplomo que lo hace tremendamente confiable, transmite una sensación de serenidad que resulta muy gratificante.
Es una madre en todos los sentidos.

rzc exterior

 En su público objetivo habrá a quienes le guste por la estética y, no valorando la conducción, su conducción no les defraudará. A quienes busquen algo cómodo y rápido pero no nervioso, les encantará sin que el coche sea lento. Es posible que con este coche se vaya más rápido que con algún otro ejemplo de coche de quemados, con una fracción del esfuerzo – y del cansancio -.
La verdad, es que me ha encantado, y como lo ha hecho, pues así voy y lo casco.
Ea.
JM
(*) y (**) Homenaje a la cursiprensa de los 90