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(viene de aquí)

Una frontera peculiar

La frontera entre Tayikistán y Kirguistán que atraviesa la carretera del Pamir (M41) está en lo alto de un paso de montaña, el Kyzyl-Art, a nada menos que 4280 metros de altitud. Para alcanzarla tuvimos que recorrer unos 50 kilómetros desde el lago Karakul, donde dejamos el relato en la entrega anterior.

Salir de Tayikistán fue tan sencillo como entrar: solo un par de trámites y una espera muy comedida, de una media hora en total. El puesto fronterizo es de lo más básico: una barrera, un par de edificios sin calefacción (a pesar del frío), y no más de cinco funcionarios que se encargan de todo y te piden cigarrillos que les ayuden a pasar los largos ratos de aburrimiento.

Frontera entre Tayikistán y Kirguistán

Lo que no esperábamos es que después vendría un tránsito de lo más extraño por tierra de nadie. La barrera de salida de Tayikistán se abre y continúa una pista de tierra en muy mal estado, embarrada y llena de baches. Tras ganar algo más de altitud, comienza a bajar lentamente hacia un valle, pero el puesto fronterizo de Kirguistán no aparece hasta unos 40 kilómetros más tarde

«Tierra de nadie» entre Tayikistán y Kirguistán

Para entrar al país por esta frontera terrestre hace falta un permiso especial que se consigue a través de una agencia de viajes. Sin él, te puedes olvidar de que te abran la cancela, y te quedas tirado en tierra de nadie hasta que consigues tramitarlo. Nos encontramos a un francés que llevaba tres días esperando entre un par de barracones a temperaturas gélidas. Por suerte, a nosotros nos habían hablado de este permiso con anterioridad y lo llevábamos todo preparado. 

Primeros kilómetros en Kirguistán. Al fondo, la frontera.

No hubo imprevistos y un rato más tarde estábamos en Kirguistán, el último país de nuestro viaje. Ante nosotros se extendía una llanura verde plagada de caballos salvajes y rodeada de montañas nevadas. El cambio de paisaje fue notable. Las montañas seguían siendo grandiosas, pero su superficie estaba mucho más suavizada por los pastizales que en Tayikistán. Estaba atardeciendo y la luz era espectacular, así que nos recreamos bastante en realizar esos últimos kilómetros del día.

Terminamos la Pamir

En la lejanía estaba Sary-Tash, el pueblo en el que íbamos a pasar la noche. En Google Maps aparecían muchos alojamientos con buenas reseñas, pero solo uno estaba abierto curiosamente. Allí nos encontramos con viajeros variopintos: un colombiano que recorría el país en burro (nos contó que quería entrar a China —que estaba a tan sólo unos kilómetros— pero como no le dejaban cruzar la frontera con ese animal, no le quedó más remedio que venderlo junto a su pollino, algo que haría al día siguiente) y una pareja de neozelandeses jubilados que se disponían a hacer la Pamir en bicicletas de montaña y que venían de pedalear por Pakistán.

Al día siguiente continuamos hasta Osh, la ciudad en la que acaba oficialmente la M41. No nos quedamos mucho, puesto que es un lugar bastante desapacible, con muchísimo tráfico y sin mayor atractivo.

Camino al norte

En este punto, disponíamos de tres o cuatro días para llegar a Biskek, la capital, que está al norte del país. Allí dejaríamos las motos y cogeríamos un avión para volver a casa y continuar con nuestras vidas

En la ruta hacia Biskek nos propusimos pasar por el lago Song Kol, que está ubicado en el centro del país. Tardamos casi dos días en alcanzarlo, tras recorrer cientos de kilómetros por pistas de montaña endiabladas y con paisajes impresionantes. En Kirguistán hay una modesta red de carreteras asfaltadas y muchas pistas de tierra que llegan a los sitios más recónditos y a otros que no lo son tanto. Dependiendo del momento y del punto exacto, Kirguistán te recuerda a los Alpes, Colorado o Mongolia, entre otros lugares.

Durante estas jornadas de conducción comenzamos a ver yurtas, esas viviendas circulares de los nómadas que hoy en día sigue utilizando la gente en Asia central durante los meses estivales. También muchísimos animales, sobre todo caballos y rebaños enormes de cabras. En las carreteras es frecuente cruzarse con camioncitos que van cargados hasta arriba de ganado, hasta el punto de que parece imposible que consigan avanzar.

En una pista que atravesaba un puerto de montaña unos lugareños que iban en coche nos pidieron ayuda. Un neumático estaba perdiendo aire y no disponían de una herramienta para desmontar la rueda y poner la de repuesto; nosotros tampoco, pero la inflamos con nuestro compresor portátil. Desconocemos si pudieron llegar a su destino, pero nos gustó echarles una mano para, de alguna forma, devolver una pequeña parte de la ayuda que habíamos recibido de otras personas durante este tiempo.

Últimos kilómetros

El lago Song Kol es el segundo más grande de Kirguistán y también el más alto, ya que se halla a algo más de 3000 metros de altitud sobre una extensa meseta a la que se accede solo por caminos de tierra muy escarpados. Este lugar ofrece la estampa más típica de Kirguistán, con las llanuras rodeadas de montañas, los caballos pastando libremente y las yurtas esparcidas por el vasto territorio. A decir verdad, es todo un espectáculo. 

Lago Song Kol

Esa tarde gozamos conduciendo las motos alrededor del lago, cuyas orillas estaban aún heladas. A ratos rodamos por las praderas, campo a través, al lado de los caballos galopando. Por momentos irrepetibles como ese, merece la pena pasar por todas las penurias que hagan falta. 

Caballos salvajes y lago Song Kol al fondo

Nuestra última noche en ruta la pasamos en una yurta a orillas del lago, como no podía ser de otra manera. Tras el atardecer, que fue de película, la temperatura se desplomó por debajo de los 0 ºC, pero dentro de la yurta se estaba a gusto porque disponía de una estufa que los dueños alimentaban a base de excremento de caballo.

Yurtas junto al lago Song Kol

Tras 200 kilómetros de resaca emocional por lo que habíamos vivido, al día siguiente alcanzamos Biskek a primera hora de la tarde. Fuimos directos al hotel donde aparcamos las motos para que una empresa las recoja y se encargue de transportarlas de vuelta a España en camión. Biskek no nos pareció una ciudad bonita, pero para nosotros tenía un sentido muy especial porque era el destino de un viaje que empezamos a planear mucho tiempo atrás.

Nuestras motos y los neumáticos

Las motos han recorrido algo más de 14 000 kilómetros en los dos meses transcurridos desde que partimos de la Puerta de Alcalá (está claro que no hemos ido de la forma más rápida ni corta posible :-)). En ese tiempo nunca nos han fallado, ya que los mínimos problemas que hemos tenido no nos han impedido avanzar. Las 800 GS han sido sencillamente espectaculares. Cuando nos lleguen de vuelta a casa las seguiremos utilizando para acudir a nuestras tareas diarias por la ciudad y para disfrutar de salidas de ocio de vez en cuando, sabiendo que son perfectamente capaces y adecuadas para afrontar un viaje de vuelta al mundo por terrenos variados. Hemos comentado en numerosas ocasiones durante todo este tiempo, que cada mañana teníamos ganas de montar en moto por muy dura o larga que hubiera sido la etapa anterior.

Neumáticos traseros al final del viaje

Los neumáticos Michelin Anakee Wild que instalamos en Madrid han llegado a Biskek sin sufrir un solo pinchazo. Aunque el trasero ha llegado desgastado casi hasta los testigos, no hemos necesitado reemplazarlo durante el viaje, y eso que hemos llevado el de repuesto enganchado a las defensas laterales de las motos durante todo este tiempo. Al neumático delantero le queda más de media vida útil por delante.  

Creemos que los Michelin Anakee Wild son unos neumáticos muy adecuados para una aventura de este tipo. Se han desgastado mucho menos de lo esperado y nos han dado exactamente las prestaciones que buscábamos, es decir, un agarre impecable en campo y una respuesta satisfactoria en carretera, donde nunca hemos circulado a alta velocidad.

Biskek: destino final

Nos despedimos

Uno no puede evitar estar agradecido por haber tenido la oportunidad de hacer un viaje como este y, más aún, por tener un buen amigo con quien compartirlo. Hemos sido felices y nuestras mentes han quedado repletas de pedazos de vida. 

Estamos muy satisfechos de cómo han transcurrido los acontecimientos y de que no haya habido contratiempos importantes. También estamos muy contentos con la ruta elegida, de la cual no cambiaríamos casi nada porque ha sido perfecta para nuestra forma de entender los viajes en motocicleta. Naturalmente, ha habido algún día monótono y de pura transición. De todas las jornadas guardamos recuerdos o anécdotas. Nos hemos encontrado con personas que, en su inmensa mayoría, nos han tratado muy bien y con viajeros con los que nos sentíamos muy conectados.

Ha sido un auténtico placer compartir la experiencia a través de este blog (gracias km77). Os damos las gracias más sinceras por habernos leído durante estas semanas y os animamos a que, si estáis pensando en hacer un viaje de este tipo, os lancéis a la carretera. Es prácticamente imposible arrepentirse. 

Carlos y Quique