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Las mujeres, los hombres y los límites

¿De verdad puede uno hacer lo que quiera con su cuerpo? ¿De verdad puede uno negarse a ser vacunado si esa decisión va en perjuicio de toda la sociedad que queda expuesta a esas enfermedades que creíamos erradicadas? ¿Debemos permitir que una mujer sea expuesta voluntariamente en una jaula, desnuda, vestida o con poca ropa, como si fuera un animal en el zoo a cambio de dinero? ¿Hay mucha diferencia entre eso y un cabaré? ¿Hay mucha diferencia entre eso y el programa de la isla de los famosos? ¿Hay mucha diferencia entre eso y un anuncio publicitario en la que un hombre se quita la camiseta para anunciar una cerveza?

Escuchar y oír. Aire y viento.

No entiendo qué ocurre con el idioma español que nos empeñamos en quitarle el sentido a las palabras, a trastocarlo y a hacerlas inútiles. No soy capaz de repetir las frases que tan bien dibujaba Lázaro Carreter una y otra vez cuando se quejaba de la falta de filo del lenguaje con el que pretendemos expresar pensamientos, ideas y figuras. Utilizar escuchar en lugar de oír duele en los oídos. Y aire en lugar de viento duele por lo menos en el corazón.

Críticas inquietantes y peticiones de dimisión al director general de Tráfico

Tomar decisiones por la gestión de los días excepcionales puede suponer un error de magnitudes astronómicas. Analicemos el día a día, exijamos el día a día, evaluemos sus resultados en circunstancias normales y tomemos decisiones en función de esas evaluaciones. Una gestión excepcionalmente buena de un día único puede generar el peor de los desastres a largo plazo.

¡La pereza de poner cadenas! Un suplicio del pasado.

La intención de poner cadenas es evidente cuando uno las compra. En la carretera, bajo la nieve, con frío polar por fuera de las ventanillas, todas las excusas son excelentes para no ponerlas. Poner cadenas es una tarea hostil y circular con ellas también a poco largo que sea el recorrido. Las cadenas son un artefacto del pasado. Un suplicio que no concueda con el siglo XXI.