He conducido una gran variedad de coches a lo largo de mi vida, sin embargo durante los 10 días que conduje el humilde Ford Fiesta de generación anterior y que presento a continuación, viví una de las experiencias de conducción más gratificantes y especiales de mi existencia. El escenario y las circunstancias tuvieron la culpa.

Pese a ser un coche de alquiler y no propio, los 3278 kilómetros que recorrí con él, me dieron para analizarlo sobradamente, por ello me atrevo a escribir esta prueba. El Ford Fiesta de generación anterior, tenía, cuando lo recogí en el aeropuerto de Tromso (Noruega), unos 48000 kilómetros y contaba con el conocido motor de tres cilindros de marca del óvalo, de un litro de cilindrada y 100 CV , el acabado lo desconozco, pues contaba con especificaciones noruegas, con detalles como el parabrisas térmico o los asientos calefactables, además, dadas las fechas (finales de octubre), tenía montados neumáticos de invierno Michelin Alpin en medidas 185/55-R15 con clavos.

El recorrido, con dos personas a bordo y el maletero lleno, discurrió desde Tromso, la capital del Ártico Noruego, 350 kilómetros al norte del Circulo Polar Ártico, hasta el Cabo Norte, el punto accesible por carretera más septentrional de Europa, desde allí al norte de la Laponia Finlandesa, bajando hasta las Islas Lofoten, de nuevo en Noruega y, finalmente, de nuevo a Tromso para entregar el coche. La mayor parte del tiempo, fueron carreteras de un solo carril por sentido, con el asfalto cubierto de hielo, de nieve y, sólo un par de días, de agua en estado líquido, con temperaturas exteriores que oscilaron entre los + 5º C y los – 18 ºC.

Una vez puestos en contexto, los primero ver el coche por coche por fuera. La estética es totalmente subjetiva claro, pero lo cierto es que este Fiesta, con un kit deportivo exterior, es bastante resultón y, a mi parecer, más atractivo que la generación actual. Lo que no llegué a enteder es el color; ¿un coche blanco en una zona donde nieva 8 meses año?.

Por dentro, lo propio de un Ford de generación anterior, ajustes correctos, con excepciones, materiales decentes en la zona superior del salpicadero y botones de tacto algo tosco, como las ruletas que gestionan el climatizador automático y una disposición de los mismos algo confusa en la consola central. Lo mejor del interior, el excelente tacto del volante y la palanca de cambios (de cinco relaciones) y los asientos, de mullido más bien firme, algo que agradecí con el paso de los kilómetros, con una buena sujección en curvas y, en este caso, con calefacción de dos intensidades.

El primer día, tras 30 horas de aviones y aeropuertos, hicimos más de 400 kilómetros hasta la ciudad de Alta, la antesala del Cabo Norte. Saliendo de Tromso, el sol brillaba y asfalto estaba cubierto por una finísima capa de hielo, que se fue espesando conforme subíamos hacia el norte y el sol se octultaba. La velocidad crucero era de entre 50 y 90 kilometros por hora, con múltiples paradas a deleitarnos con los bellísimos paisajes

Durante los primeros kilómetros, lo que más me sorprendió, fue la suavidad del motor; apenas un tímido gorgoteo al ralentí recordaba su condición de tricilíndrico. Eso sí, el margen de uso del motor es fráncamente reducido, pues, por debajo de 2000 vueltas, no hay nada, y por encima de 4500 – 5000 tampoco, además, aunque potencia no falta para solventar adelantamientos e incorporaciones con cierta solvencia, el tacto algo insulso y el sonido anodino del motor, hace que nunca se sepa con precisión qué reserva de potencia queda, salvo que miremos el cuentavueltas. Está claro que es un motor cómodo de llevar para gente que no le gusta conducir, una pena, porque, como puede comprobar más, el conjunto chasis/dirección/cambio, es una delicia.

Al tercer día de viaje, cruzamos la frontera de Finlandia, la temperatura bajó a -9º C y el asfalto estaba cubierto por una apreciable cantidad de nieve y hielo.

Ya fuese por la magia del sitio, por esas carreteras desérticas, con cambios de rasante y suaves curvas, rodeadas de lagos congelados y bosques de abetos o por lo que fuera, pero me sentí poseído por el espíritu de Henri Toivonen (o de cualquier piloto de rallys finlandés, que ha habido muchos y muy buenos), por lo que, con el consentimiento de mi compañera, contenta porque ese día llegaríamos al alojamiento con algo de luz diurna, probé las cualidades dinámicas del Fiesta y las bondades de los neumáticos.

Las suspensiones eran firmes sin resultar secas, de hecho, los pequeños resaltos al salirse de las roderas marcadas en la nieve, no sacudían demasiado el coche, la dirección, directa y precisa, aun con el punto artificial de todas las eléctricas, y el cambio, con los enclaves muy bien marcados y recorridos cortos de la palanca, invitaban a la diversión, pese a que, como dije antes, el motor no acompañase demasiado. Además, como buen Fiesta, el eje posterior se mostraba de lo más participativo, por lo que, controles apagados (desde un complejo sub-menú en la pequeña pantalla central) y… a pasarlo bien, pero que muy bien.

Como anécdota, un Mitsubishi EVO VII nos adelantó en una recta a no menos de 150 kilómetros hora, levantando una nube de nieve tras de sí.

 A la mañana siguiente, amanecimos a – 18 ºC y comprobamos las ventajas del parabrisas calefactable, pues, tras rascar las primeras capas de hielo, él solito se encargo de descogelarse, mientras nosotros, resguardados en el interior, contemplábamos hiptonizados cómo los cristales de hielo se iban desvaneciendo lentamente.

Al desviarnos un momento de la carretera para llegar a un lago, por un camino con varias pendientes importantes, fui más consciente que nunca del problema de los motores pequeños, del “downsizing”, la falta de par a bajo régimen, la sensación, real, de que todo lo hace el turbo. Las ruedas tenían tracción, pero el pequeño 1.0 no tenía fuerza, por lo que hubo que tirar de embrague para salir de allí, con el consecuente hedor que penetró en el habitáculo.

Al cabo de tres días, al entrar en las Islas Lofoten desde Evenes, recogimos a otra chica con la que recorreríamos el bellísimos archipiélago noruego. Así pudimos comprobar, como el maletero, con 290 litros, se quedaba muy justo para el equipaje de tres personas, mientras las plazas traseras son razonablemente cómodas para alguien no especialmente corpulento, como era caso, lo normal para un coche de Segmento B.

En otro orden de cosas, el consumo se mantuvo en unos muy razonables 6,5 litros cada 100 kilómetros de media, sin tener ningún tipo de miramiento ni practicando una conducción económica, exactamente 2 litros más del consumo que Ford declaraba por entonces. Pero hice parciales de 4,8 l/100 kms en el mejor de los casos y de 9,3 l/100 kms en el peor, cifras siempre según el ordenador de abordo, sin medir el error que éste pudiese tener, consumos que, en cualquier caso, con el depósito de 42 litros, daban una autonomía suficiente para despreocuparse incluso en medio del norte de Laponia, donde había una gasolinera cada 200 kilómetros.

CONCLUSIONES:

Tras los días que pude disfrutar del Ford Fiesta y del ídilico norte de Escandinavia, en lo que al coche se refiere, puede llegar a varias conclusiones:

El Ford Fiesta anterior, posiblemente tenga el chasis más deportivo de entre los utilitarios de su generación e incluso de entre los de ahora (no he conducido el actual Fiesta), es un coche que apatece conducir de forma deportiva y que, además, pone las cosas fáciles si queremos explorar sus límites, te hace sentir mejor conductor de lo que eres.

Por contra, el tan galardonado motor 1.0 Ecoboost, me parece un motor manifiestamente mejorable, al menos para quien vea en el coche algo más que una herramienta para ir de un punto A a un punto B. Es cierto que apenas vibra, que es suave y que tiene un medio régimen bastante lleno y que, además, los consumos son bastante aceptables, pero es un motor aburrido, con una carencia de fuerza a bajo régimen muy notable y una parte alta, de la que mejor olvidarse. Obviando el sonido del motor y las vibraciones, me recordó a un motor diesel.

Por lo demás, este Ford Fiesta lo veo como una opción muy razonable en el mercado de segunda mano, es cumplidor en todos los aspectos, ya sea como segundo coche o para parejas o familias unipersonales con un presupuesto limitado. Y, para los que nos gustan los coches, tenemos en el Fiesta ST, del cual tanto ríos de tinta se han escrito, un auténtico caramelito.

Y por último, mención aparte a los neumáticos Michelín Alpin con clavos. Resulta impresionante la capacidad de tracción que tienen, cómo sobre hielo y nieve permiten un control del coche casi como si estuvíesemos en asfalto seco, e incluso sin esos elementos sobre el asfalto, no se aprecia un ruido de rodadura especialmente elevado.

Lo mejor: Conjunto chasis/dirección/cambio, consumos razonables, sonoridad reducida.

Lo peor: Falta de fuerza a bajo y a alto régimen, detalles de acabado.

José Manuel Márquez Sánchez