Capítulo III. Asturias

«Cima o muerte»

Torre Cerredo. Datos

Altitud Torre Cerredo: 2650 m
Altitud Refugio Urriellu: 1960 m
Altitud aparcamiento: 1000 m
Aparcamiento – Refugio: 7 km
Refugio – Torre Cerredo: 5 km

No es que mis amigos no se fíen de mí. Que tampoco. Es que no me quieren dejar solo. No es lo mismo.

Cuando Paco se entera de que en mis viajes inspirados por Kia iba a subir a Torre Cerredo empieza a planificar la forma de no dejarme solo. No me lo dice, pero le parece un exceso para mí. Ahora que conozco la subida, a mí también. Paco es montañero experto. Escala cada vez que puede y camina y ha caminado mucho. Como no quiere dejarme solo, pregunta a más amigos escaladores y caminadores y crea un grupo de Whatsapp denominado “Cima o muerte”. Se apuntan dos más. Somos cuatro.

Si no hubiera venido Paco y me hubiera planteado hacer la excursión solo, lo prudente hubiera sido contratar un guía. La ascensión a Torre Cerredo es exigente y la probabilidad de que se complique en lugares sin cobertura para el teléfono es alta. Como vienen mis amigos, en lugar de buscar un guía me dedico a visitar molinos, pueblos y saltos de agua.

Aun así, como llego a Asturias varios días antes que ellos, tengo encomendada la misión de subir el primero de los cuatro al Refugio del Urriellu.

Me gusta perderme, me gusta perderme…

Cuando organizamos el viaje no había plazas en el refugio a causa de las restricciones por la pandemia, por lo que habíamos decidido dormir al raso en la zona adyacente al refugio. Mi misión consistía en coger buen sitio para dormir, porque en fin de semana previsiblemente podía haber mucha gente. Pero fui el último de los cuatro en llegar al Collado de Pandébano que es donde se dejan los coches. Líos de trabajo por la mañana y la visita a Os Teixóis y al Museo de los Molinos, en la otra punta de Asturias, retrasaron mis planes iniciales.

En definitiva, soy el último en llegar. Tengo la enorme suerte, que no es suerte, de que Paco esté esperándome. Yo no sé que él va a esperarme, pero una vez en el camino entiendo por qué me ha esperado. Salimos del coche cerca de las ocho de la noche y llegamos al refugio pasadas las diez. Yo tenía claro que nos quedaba margen, porque el sol en esos días de junio se pone muy tarde, pero no imaginé que la subida fuera tan larga ni tan difícil. Si no me hubiera esperado, hubiera utilizado el GPS, pero tener la seguridad de que vas con alguien que conoce el camino ayuda mucho a no dudar. Solo, a esas horas de la tarde en las que ya no sube nadie, incluso con GPS, hubiera tenido muchas dudas de si iba por el camino correcto. Solo, hubiera sido una subida desagradable.

Me gusta perderme. Eso digo muchas veces. Pero, cuando las cosas se ponen difíciles, a nadie le gusta perderse. Una cosa es perderse en coche, con el depósito lleno y en una carretera más o menos transitada. Por muy perdido que estés, es cuestión de media hora y dentro del coche, con calefacción o aire acondicionado. Con un acelerador que cuando más pisas antes llegas. Es un perderse de Famobil.

Un último repecho que ni las mulas de carga

En la montaña, más en una montaña tan áspera como los Picos de Europa, no tener la seguridad del camino me hubiera generado mucho desasosiego. Según mis cálculos, íbamos a tardar 90 minutos en subir (la distancia es de unos siete kilómetros), pero tardamos poco más de dos horas, porque el último repecho es largo y duro, porque camino despacio y porque me detengo con frecuencia a hacer fotos. Disfruto muchísimo esa subida, pero porque voy acompañado. Ir con Paco siempre es placentero. Hoy, más. El paisaje es de una belleza excepcional, especialmente con el mar de nubes del que sobresalen algunas cimas como islas. Esa subida hasta el refugio de Urriellu merece una excursión por sí misma. Subirla disfrutando y sin angustia es imprescindible.

En el último repecho, pregunto a Paco:

—¿Sabes cómo suben la comida hasta aquí?

—En helicóptero.

—Qué fácil es todo ahora. Por aquí, si van cargadas, no creo que sean capaces de subir ni las mulas.

Es el último repecho y se me está haciendo duro. Ayer recorrí la Senda de los Molinos del Río Profundo y debí de hacer unos 14 kilómetros a ritmo rapidillo. Hoy los noto en las piernas. El sol ya se ha puesto y aunque no vamos a tener problemas de luz, soy consciente de que la angustia se desata ante cualquier imprevisto. Más en soledad. No se lo digo a Paco. Sé que sabe que estoy muy agradecido.

Cuando llegamos arriba, Berni y José nos reciben con cara de felicidad. Tienen el sitio elegido y todo organizado para nuestro vivac. Celebramos el encuentro con unas cervezas, preparamos los sacos y nos disponemos a preparar la cena.

La mi otra misión

La mi otra misión (creo que un asturiano lo diría así. Dicen, por ejemplo, “la mi madre” y cuando lo dicen me apetece abrazarles). La mi otra misión era subir un hornillo para calentar la comida. Otro de los motivos de mi retraso fue pararme a comprar el hornillo. Aproveché para comprar una tienda de campaña, por si acaso. Mis amigos habían venido desde Madrid a acompañarme y la idea de que se mojaran si llovía o subía la niebla me espeluznaba. También sabía que a Paco la posibilidad de utilizar la tienda le dolía entre el hígado y el bazo. “La aventura es la aventura”. Le apetecía dormir bajo las estrellas. Y a mí. La tienda no era ligera y ocupaba mucho. La dejamos en el coche. Al final sólo subimos el hornillo y unos cazos que compré también a última hora para calentar comida. Todo muy técnico.

Mientras me separo un poco del grupo a hacer cosas que no le interesan a nadie, oigo a mis amigos en nuestro campamento al aire libre descojonarse de la risa. Cuando vuelvo, me muestran que el hornillo y la bombona recién compradas no son el uno para la otra. Grr. Tenía dos misiones. Ni una. Los hornillos y las bombonas estaban en el mismo estante, unos al lado de las otras. Ni me planteé que no fueran compatibles. Nos reímos, pero me apetecía prender fuego a quien puso los hornillos al lado de las bombonas incompatibles. Cenamos bien, miles de otras cosas, una cecina de León inmensa, y al saco.

A esas horas, noche cerrada, se ve una luz iluminar la pared del Urriellu, conocido normalmente como Naranjo de Bulnes. Paco me lo había dicho ya de camino de subida. “Hay dos escalando. No creo que lleguen arriba de día.” Él sabe dónde mirar. Yo no veía a nadie. Efectivamente, mientras cenábamos y un buen rato después, ya metidos en el saco, la luz sigue moviéndose en la pared, en busca de dónde agarrar los dedos, a falta de muchos metros para coronar. No avanza y sospechamos que no están preparados para dormir en mitad de la pared. Uno de los dos sí ha coronado, pero la otra persona está atascada. Arriba debe de hacer frío de verdad y tiene toda la pinta de que sopla mucho viento. Al meterme en el saco me cuesta dejar de mirar hacia la luz que se mueve por la pared. Alrededor ya está todo oscuro.

Durante varias horas soy incapaz de dormir. Mañana nos queda un día duro y me inquieta mi capacidad. Hoy me he notado cansado. Además, el Urriellu impone a nuestro lado y no es fácil dejar de mirarlo, más con las dos personas colgadas de la pared, las estrellas, las nubes y, a ráfagas, el viento. No soy capaz de dejar de mirar. Un buen rato después, el rezagado corona la cumbre. Su luz no se ve más reflejada en la pared. Un alivio.

En pie a las seis de la mañana

Por otro lado, cada vez hay más luz, pero es demasiado pronto para que amanezca. Es la luna, escondida detrás de la montaña. Por fin, a las tres y media de la mañana, después de esperarla un buen rato, un rayo de luz aparece por detrás de la roca. Me incorporo para hacer fotos. Lo ilumina todo. Pero no calienta. Fuera del saco hace frío. Su luz es mágica cuando aparece por detrás de la roca. No tengo ni maña ni fuerza para hacer buenas fotos. Si quieres vivirlo, ve, quédate despierto y vívelo.

A las seis nos levantamos, recogemos, desayunamos sin posibilidad de calentar nada, nos vestimos y salimos hacia Torre Cerredo. La luna no calentaba por la noche y la luz del sol a estas horas tampoco. Salimos abrigados. Las nubes siguen bajas. Afortunadamente, hemos dormido a mayor altura que el mar de nubes y ni ha llovido ni nos hemos mojado por la niebla. El paisaje sigue siendo descomunal. Caminamos y llegamos a los primeros neveros. Seguimos caminando. En silencio. Al principio tenía las piernas frías. Cada vez me voy encontrando mejor.

Cuando hemos caminado unos noventa minutos y me parece que las montañas que veo delante son lo suficientemente altas, pregunto: “¿Cuál es, ése o ése?” “Ninguno. Todavía no se ve”. No llevamos mucho rato caminando, pero parece más. Y pensamos en el regreso. Berni y Paco caminan por delante, como pastores. Sin asomo de duda. Hay que subir y hay que subir. José y yo sufrimos detrás. Berni nos cuenta que más que el esfuerzo físico puede pesar la tensión. Algunos pasos son difíciles y es imprescindible mantener el equilibrio en condiciones nada habituales. La pendiente, los pasos estrechos, las piedras sueltas, los neveros, que resbalan mucho.

Seguimos avanzando. El viento azota y necesitamos abrigarnos. Tras un recodo, cambia el paisaje y Torre Cerredo se ve al fondo. No está cerca. Está muy alto. Lo miro y sigo caminando. Callado. Como ayer. Se me está haciendo más difícil de lo previsto. Queda mucho hasta la cumbre y queda mucho hasta volver. Se vuelve por donde se va. Llevamos varias horas que no quiero contar y aún nos queda mucha distancia y mucha pendiente. Paco y Berni ni se lo plantean. Siguen caminando como si no hubiera alternativa. Intuyo que José pagaría su peso en oro por dar la vuelta. Yo también estoy cansado. He dormido poquísimo y llevo tres días dándome mucha paliza de caminar por tierras asturianas. Quiero seguir, pero dudo de mi cuerpo. Me da miedo que en cualquier momento empiecen a dolerme los pies de forma desmedida. Los músculos no me asustan, pero sí la estructura ósea y las articulaciones. Me callo, pero sé que en cualquier momento les puedo decir. “Os espero aquí” si veo que algo me empieza a doler. Una cosa es que esté en forma y otra que sea capaz de subir a Torre Cerredo.

La culpa es de los neveros

Seguimos caminando. En silencio. Ni polvo, ni sudor, ni hierro. Nada de calor. Pero con la misma sensación ante la posada. Me admira la determinación. Ni asomo de duda. No sé cuánto de duro está siendo para ellos. Para Berni creo que nada. Berni es una fuerza de la naturaleza por la que no hay que temer. Sin embargo, Paco camina con la misma soltura y también ha dormido poco. José y yo, renqueamos.

Avanzamos por una bajada que nos lleva hasta cerca del pie de Torre Cerredo, lugar desde el que tenemos que subir la ascensión final. Se adivina una ascensión durísima. Desde lejos veo a Berni y Paco, parados, que señalan la montaña y hablan.

—Javier. No debemos subir. No tenemos el equipamiento necesario. Hay muchos neveros. Es una temeridad subir sin crampones.

Una sensación de alivio lava todo mi cuerpo.

—De acuerdo—digo. —No hay ninguna duda. El compromiso es intentarlo. Si no se puede, no se puede.

Nadie nos obliga a subir montañas. Me pareció una buena idea, pero que puede dejar de serlo. En este caso, ha dejado de serlo. La buena idea es no intentarlo

Caminamos de vuelta. Creo que todos aliviados. No sólo yo. Berni y Paco porque son conscientes de que está siendo muy duro. José y yo, porque está siendo muy duro. Quedan muchas horas todavía hasta el refugio. Las fuerzas son escasas. Llegamos agotados y todavía nos queda desandar toda la subida de ayer. Es bajada, sí, pero así de cansados la bajada empinada desgasta mucho.

Una parada para recoger cachivaches que hemos dejado en una taquilla del refugio y seguimos hacia abajo. El trayecto desde el refugio hasta el coche no está tan bonito como ayer cuando subimos, con el sol de poniente. No es por el cansancio. Es bonito de todos modos, pero lo hemos visto más bonito.

Nos detenemos a comer unos huevos rotos en el refugio de la Terenosa. ¡¡Qué ricos!! Y qué amables son en este refugio. Los huevos, las patatas y la bebida nos dan fuerzas suplementarias para llegar hasta el coche. Llegamos felices y agotados. A pesar de la parada para comer. Pero ya hemos llegado y nos hacemos una foto en el Sorento que, como siempre ocurre con los coches, nos espera. Lo celebramos con una foto de agradecimiento.

A la mañana siguiente, cuando me levanto, veo que Berni ha cambiado el nombre del grupo de Whatsapp. Ahora se llama: Equipo Kia.

* * *

(Las imágenes de la galería de fotos están ordenadas cronológicamente)

Galería de fotos – «Cima o muerte»