Capítulo III. Asturias

Os Teixóis

El Conjunto Etnográfico de Os Teixóis, situado en el oeste de Asturias, muy cerca ya de la provincia de Lugo y de Pontenova, en donde estaban las minas de carbón, permite entender cómo utilizaban el agua en ese lugar desde el siglo XVII para trabajar el hierro. En Os Teixóis las nueve familias que llegaron a vivir compartían de forma comunal toda la infraestructura que crearon entre todos para aprovechar la fuerza del agua. Su oficio era el de herreros, por lo que inicialmente, según nos lo cuenta Dulce, la guía, empezaron con una fragua y un mazo para aplanar y estirar el hierro. El fuego que alimentaba la fragua, al menos inicialmente, no aprovechaba la energía del agua para ganar temperatura. Posteriormente sí, mediante un sistema de inyección de aire arrastrado por el agua. Este fuego estaba alimentado con carbón vegetal, producido en las carboneras del monte. El carbón vegetal alcanza menos temperatura que el carbón mineral, pero el carbón mineral estaba a unos cientos de kilómetros, en la misma Asturias. En aquellas épocas, unos cientos de kilómetros eran muchos kilómetros.

La fuerza del agua, sí se aprovechaba, mediante un árbol de levas, parecido a los que utilizamos todavía en los motores de combustión de los coches, para levantar el mazo y dejarlo caer sobre el hierro, para aplanarlo y estirarlo con mayor eficacia de que se consigue a base de martillazos infligidos por humanos. La Fragua de Vulcano, sus martillos, Velázquez y Tintoretto, Vulcano, Venus y buena parte de la mitología griega se asoman a este rincón de Asturias, donde una mina de hierro y un riachuelo crean condiciones de vida para que unas familias de ferreiros trabajen el hierro y se labren una vida.

El agua vale más que el oro

De la calidad del hierro que se trabajaba en aquella época y en ese lugar no queremos saber nada. Lo que sí sabemos es que vivieron durante tres siglos gracias al hierro y al agua. Tiempo, energía y materia prima permitieron sustentar a nueve familias.

En esos 300 años aprendieron a utilizar la fuerza del agua para otros menesteres. Cuando empezaron a comerciar, iban a vender fuera de su territorio y se fijaban en otros artilugios y mejoras. Llegaron a moler, afilar utensilios, abatanar y a principios del siglo pasado a generar corriente eléctrica.

Para un espectador como yo, y pensando en que todo lo que veo ahora sea fiel reflejo de la maquinaria que utilizaban entonces, sorprende la falta de preocupación por mejorar la eficiencia en el aprovechamiento del agua.

Para el molino, por ejemplo, que está a la entrada del banzao (depósito inicial de agua), no importa mucho la eficiencia, porque el agua no se pierde tras pasar por su rueda, aunque si se aprovecha mal en épocas de poca corriente de agua el molino no podría utilizarse.

Sin embargo, para la piedra de afilar, el desperdicio de agua es impresionante y una piedra de afilar no parece que requiera de mucha potencia. Seguramente les saldría más rentable afilar mediante un sistema de pedaleo humano, o mediante un sistema de giro lento con desmultiplicación para acelerar la rueda. Sí, sí, ya lo sé. Decirlo ahora es muy fácil, pero lo cierto es que para esta gente el agua y el carbón vegetal eran sus principales fuentes de energía. Dosificarlas y aprovechar al máximo el agua disponible debía de ser de vital importancia para mejorar su calidad de vida durante todo el año. Realizaron muchos ingenios que permiten darse cuenta de que su capacidad de mejora era elevada. Si en aquella época hubieran tenido tan cerca como está ahora el Museo de los Molinos de Mazonovo, seguro que hubieran aprendido a mejorar la eficiencia en la utilización del agua.

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