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  Simca Rallye:
el viaje
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Simca Rallye: el viaje. Capítulo 17 03-10-2003
  Jorge Silva

Mientras esperamos noticias del cofre, y en la sana intención de esperarlas con el corazón al abrigo de un ay, nos hemos traído a Sant Pere como prenda el reloj del Ayuntamiento. Ojito, podemos poner ese pueblo como un tiovivo a nuestro antojo, o ralentizar las vidas de sus ocupantes al límite de la criogenia. Notando de esta guisa protegido nuestro honor, la retaguardia a salvo, las nalgas a cubierto, sin andar a tontas y a locas compelidos entre la espada y la pared, que no hace falta ninguna, hemos convenido en que el barco bien merece una visita.

De esta suerte nos hemos dirigido ceremoniosos al astillero donde Andrés desgrana sus horas y devana sus carretes de cobre. Ya oigo el rumor de las olas, ya siento el mágico tufillo de cebos trasnochados, el poso de capturas de otros días. Ahí mismo, al lado, saltean las mejores colas de gamba roja de todo el Mediterráneo y no vamos a mencionar, porque no vamos a hacerlo, que las gambas rojas verdaderas, las que tienen cabeza y pedigrí, se las llevan a los restaurantes buenos, donde son pagadas a su precio por turistas de todos los idiomas del arco iris de las lenguas.

Vayamos a lo puramente naval. Total los pistones del Simca tampoco están aquí todavía, ni concurren en nosotros por estas fechas, por más que los pistones estuvieran ya aquí relucientes en sus cajas, las ganas necesarias para segmentarlos, engrasarlos, embulonarlos y ponerlos en el único sitio donde podrán hacer su cansino y ardiente trabajo de vaivén. Todo eso en el caso para nada cierto de que el bloque hubiera vuelto de Lille, adonde lo hemos enviado para que un sabio rectifique los cilindros con la tolerancia especificada. Hace falta que el sabio sea tan sabio como se nos prometió, que la rectificadora multifase funcione —tira el músculo que ni una vez descansa, dejó cantado Gardel— y que los envíos por el orbe mantengan la tasa de acierto acordada, pero acerca de todo eso ya estábamos sobre aviso cuando tomamos la decisión; y la decisión tomada está, tanto que al día de hoy no sabemos nada del bloque. Es una espera tensa, de todos modos. Huérfanos de la menor noticia, hemos llegado a organizar sin premeditación una sección rítmica con destornilladores, llaves planas, galgas, extractores ligeros, llaves de estrella y toda herramienta menor y mayor que se nos ha venido a las manos ¿Simple tedio ocioso, simple vagancia? No, esto es arte y del bueno. A la jam-session del otro día acudió un espontáneo que habiendo adornado con arandelas un cortafríos —antes alguien había roto la botella de anís del mono, la que quedaba, bienvenidos al caos— nos produjo a todos una gratísima impresión de orquesta recuperada.

Nuestras respectivas venas artísticas y la mía en particular ondean contentas, libres de toda culpa, en plena sintonía con las mejores vibraciones del Universo. Un wantongo, un calipso o una conga por aquí, algo sabrosón por allá, guaguancó o bembé, arte puro, sin compromisos. Nuestras conciencias están limpias, en un remanso de percutiva caricia sonora. Hemos conseguido olvidar a beneficio de la simple nada que nuestra red de empresas, sucursales y empeños marcha a toda máquina, que nuestros intereses están mejor colocados que nunca en el mercado mundial de las ilusiones. La cosa en general va muy bien.

Pongámonos ya en clave de futuro. Sin prisa pero sin pausa, la embarcación podría estar construida de aquí a sabe Dios cuándo, pero hemos pensado que pronto. Dado que tenemos dos cascos y por lo tanto dos proas, se nos ha pasado por la cabeza no sin el regocijo de estar siendo muy sagaces que nuestro barco podría muy bien tener dos nombres. Para qué uno solo. Con el ojo puesto en implementar la algarabía, y como el barco tiene también dos popas, o mejor mirado dos pares de caras por el lado de proa, por qué no bautizarlo con cuatro nombres, como los jinetes del Apocalipsis, como los puntos cardinales, como los cuatro célebres apóstoles, como los Jackson Four o Los chichos, que como veréis no faltan ejemplos y me detengo por simple cortesía.

Se nos han ido ocurriendo algunos, inocentemente, y los más mentados son estos: Pinta, Cutty Sark, Júpiter, Elcano, Neptuno, Kontiki, Crispín de Celorio... Este último tiene grandes posibilidades de prosperar. No sé, qué sé yo, tiene un aire anónimo, un noble soniquete de embarcación auxiliar, algo épico, pese a una épica probablemente circunstancial. Otra ventaja es que si nos sale rana nadie va a poner el grito en el cielo. También está «Rosa», por el asunto aquel tan mentado de los vientos, que además del anonimato tiene la cualidad añadida de que si sale mal pues nada, eso, Rosa, Rosita, una barquichuela cualquiera. Pero en fin, veremos, pues como ha quedado dicho tenemos muchas proas, popas, costados, esloras y perfiles. Y mucho tiempo a nuestra disposición, por lo que parece. Aún debemos buscar ese pueblo, aunque sólo sea porque obra en nuestras torpes manos la llave de su tranquilidad, su tempo.

En el próximo capítulo: Entre cabo y escota, un eslabón

© Jorge Silva 2003.

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