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Consultorio automovilístico sentimental 08-04-2005
  Blas Solo

La religión, queridos lectores, es algo tan respetable como todo lo que cae dentro del círculo de lo privado. Lo que ocurre es que muchas personas se empeñan en que su círculo privado sea un conjunto vacío.

Y, claro, no se puede ir por ahí blandiendo las creencias, y después molestarse porque se las tocan. Vamos, poder sí se puede, pero no de forma consecuente. Una variante de los se envuelven en la fe son los que, si pueden, le envuelven a usted también. Son los que tienen como objetivo hacer prosélitos, salvar almas o castigar a los infieles; las diferencias entre esas tres actitudes son sólo de grado.

Ese es el problema que acucia a esta lectora, cuyo amado, aunque bien dotado en otros órdenes, comete ese tipo de inconsecuencia tan común. Ella, pesarosa, nos lo cuenta en una carta titulada:

Evangelización forzosa para mejorar la seguridad vial

Estimado señor Solo:

Mi problema, dicho de forma sucinta, es que tengo un novio muy beato para unas cosas y muy poco para otras. Si fuera beato para todas dejaría de ser un problema, porque dejaría de ser novio. Pero no. Cuando está en faena, se olvida del cielo y del infierno (de hecho, está indistintamente arriba y abajo).

Un día, durante un intermedio, le digo «Oye, tú no vas a llegar virgen al matrimonio ¿eso no es pecado?». «El más justo de los justos —me dice— peca al día setenta veces siete. Lo menos que podemos hacer nosotros es llegar al uno por ciento de esa cifra». Y normalmente llegamos, con los decimales redondeados.

El caso es que, volviendo yo sola una de esas noches del uno por ciento, me quedé dormida en el coche y me salí de la carretera. No me hice nada grave: una fisura, moratones, cortes y eso. El coche, siniestro. En el atestado, exceso de velocidad («si hubiera ido más despacio, a lo mejor le habría dado tiempo a despertarse antes de salirse de la carretera»).

Él se sintió muy culpable, no sé por qué, y estuvo conmigo todos los días mimándome, qué rico. Lo malo vino cuando estaba yo mirando qué coche nuevo me podía comprar. Él se presentó muy convencido con un sancristóbal, de esos que se ponen en el salpicadero. Nos reímos mucho hasta que yo me di cuenta de que no era un chiste. Estaba empeñado en que lo pusiera.

A mí, señor Solo, la imaginería católica me parece sencillamente repugnante. Yo creo que soy atea por el espanto que me causaba que, encima de la cama de mis padres, hubiera un tío clavado a unas maderas, con una corona de espinas en la cabeza y chorreando sangre. Lo que no me parece repugnante me parece ridículo, como el sancristóbal ese.

— Pero vamos a ver —le dije— ¿qué será mejor, que le coloque eso en el salpicadero o que lo pida con ESP?
— Las dos cosas. Ya se encargará San Cristóbal de que entre en funcionamiento el ESP, o de que no haga falta.
— ¿Entonces, nadie que lleve esto tiene un accidente?
— Yo qué sé pero ¿a ti qué mas te da llevarlo, por si acaso? Si no funciona, pues no pasa nada, es mucho más barato que el ESP.

Un día descubro en mí coche nuevo que me había escondido al sancristóbal en la guantera, entre los papeles. Me enfadé con él porque, encima, dijo que lo hizo por lo que me quiere. Me enfadé aún más cuando, aspirando, me volví a encontrar al sancristóbal debajo de la alfombrilla de la derecha. Lo tiré la basura y entonces él también se enfadó. Así estuvimos dos o tres días; por entonces, no aguantábamos mucho enfadados.

Ahora, en cambio, llevo un tiempo sin hablarle. Llevé el coche al taller porque casi no andaba, y se encontraron otro sancristóbal escondido en la caja del filtro del aire. No se imagina la vergüenza que me dio, ni lo que se rieron los del taller.

Yo le quiero. No me importa que se él crea lo que le dé la gana, es cosa suya. Hasta me he acostumbrado a las muletillas «sidiosquiere» y «graciasadiós», que dice siempre. Pero me da mucho miedo cuando pienso, si se pone así por una nimiedad, cómo llegará a actuar en otras circunstancias.

¿Hay algo que pueda hacer?

Susana Martín

Querida lectora, es difícil para mí darle un consejo, salvo que acepte el hecho de que hay problemas que no tienen solución. Que alguien crea que obra según mandato divino, por ejemplo, es algo que tiene muy mal arreglo.

Muchos de los sucesos más abominables de la historia han ocurrido, y ocurren actualmente, cuando la religión infecta al poder civil. En Europa, la Iglesia Católica quemó herejes mientras pudo hacerlo impunemente. Dejó de hacerlo cuando perdió esa facultad, así que no podemos estar seguros de que no volviera a hacerlo si pudiera. Hoy, donde los que asumen las intenciones de dios pueden llevar a cabo esas intenciones, se lapida a las adúlteras, o se envía a personas al suicidio y el asesinato.

Es irrelevante cual sea dios en cuestión, o cual sea la estructura basada en la superstición que se haya montado a partir de él. Recuerde que, cuando Bush combatía a Ben Laden, ambos tenían una cosa en común (digo ideológicamente, sin contar sus negocios familiares): estaban convencidos de que dios estaba de su parte. O, al menos, así lo manifestaban (aquí tampoco hay que hacer acto de fe).

Se puede convivir perfectamente con las personas que tienen creencias religiosas, pero me parece que es muy difícil hacerlo con quien quiere que los demás vivamos según ellas.

Pero, como la veo a usted enamorada (no se preocupe, se le pasará) y tampoco es cosa que se quede de repente sin el uno por ciento, mi consejo es que pruebe lo que sugerían Queen y David Bowie: darse una oportunidad a ustedes mismos y dársela al amor (cita, cursi, pero apropiada).

El procedimiento que le aconsejo para ver si su amado cambia de opinión es el siguiente: ponga el sancristóbal en el salpicadero, y añada un buda, un tótem arapahoe, un fetiche vudú y todo lo que encuentre por ahí de ese género. Quizá cause cierto sobresalto en su novio, pero razóneselo usted en los mismos términos «Es por si acaso. Si no funciona, pues no pasa nada, es mucho más barato que el ESP».

Cuando todavía no se haya repuesto su novio de ese giro místico, rápese la cabeza y cómprese una túnica. De esa guisa, lléveselo a un viaje de unos 500 km, con un disco que repita continuamente el Hare Krishna maha-mantra. Mejor si usted acompaña al disco con cánticos y una carraca de esas de los del Hare Krishna (de momento, no está perseguido conducir y tocar la carraca).

Al cabo de ese tratamiento, pueden pasar tres cosas: una, su novio se hace del Hare Krishna; no pasa nada porque ya lo dábamos por perdido. Dos, su novio la denuncia a las autoridades eclesiásticas para que la excomulguen; tampoco pasa nada, dejará usted de figurar en las estadísticas como católica. Tres, su novio empieza contener para sí sus impulsos supersticiosos; usted, tan contenta.

En cualquiera de los casos, fíjese en algo que dice aquella canción de Queen y Bowie, que no conviene perder de vista: éste es nuestro último baile.

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