KIA Sportage (2011) | Impresiones de conducción

26/10/2011 |Alfonso Herrero

No tiene las cualidades dinámicas de un turismo en una carretera de curvas pero el Sportage puede satisfacer a su conductor porque es muy agradable de manejar. La mayor de sus virtudes radica, desde mi punto de vista, en el motor Diesel de cuatro cilindros y 136 CV.

Me parece muy bueno porque en ciudad el motor tiene mucha fuerza desde poco más de 1.200 rpm. Que sea así permite insertar tempranamente marchas largas para gastar menos, disminuye el ruido y hace la conducción más descansada porque no es necesario utilizar el cambio con frecuencia para moverse con agilidad por entre el tráfico urbano.

El punto flaco del motor está en la zona alta. Una vez superadas unas 3.600 rpm le cuesta seguir acelerando. Como normalmente el motor se utiliza a bajo o medio régimen, yo prefiero que funcione así a que lo haga con pereza a bajo régimen (para poner el coche en movimiento) aunque luego lleguen al régimen máximo con mayor facilidad. El cambio de marchas, de seis velocidades, se maneja con mucha suavidad.

Ese funcionamiento queda reflejado en nuestras mediciones. Acelerando es más lento que los modelos comparables a él que hemos probado —como el Ford Kuga o el Volkswagen Tiguan—, mientras que en las recuperaciones los aventaja.


El consumo es bajo. En el recorrido por autovía, a una velocidad media de 121 km/h, gastó 7,4 l/100 km. Por ciudad y alrededores, el consumo oscila alrededor de 9 l/100, en función del tráfico. Los datos anteriores son conduciendo con suavidad y utilizando siempre marchas largas. Si se aprovecha la máxima capacidad de aceleración del coche, como hago en el recorrido por carretera de montaña, el consumo aumenta, en este caso hasta 15,0 l/100 km (a una media de 77 km/h). Es decir, gasta algo menos que un Honda CR-V en el mismo recorrido (150 CV y con cambio automático).

Esas cifras son las que da el ordenador que, curiosamente, indica un consumo mayor que el real. Al final de esta página se pueden ver los errores del velocímetro, del cuentakilómetros y del ordenador.

La suspensión es menos seca que la de un Honda CR-V pero no sujeta la carrocería igual de bien ni hace del Sportage un coche ágil como lo es el Honda. Conduciéndolo a un ritmo rápido, la carrocería cabecea y se balancea de forma evidente por lo que ante los cambios de apoyos bruscos muestra cierta torpeza. Un Kuga o un RAV4 son mejores en este aspecto, aunque tampoco mucho. Tampoco ayuda a mejorar su agilidad que la dirección sea lenta (3,0 vueltas entre topes). En carreteras más rápidas el confort que proporciona me parece bueno.

La visibilidad no es buena ni hacia detrás —la luneta es pequeña— ni en tres cuartos traseros —la forma del pilar trasero oculta un ángulo muy grande—. A mi compañero Enrique Calle le ha parecido que la visibilidad en las curvas muy cerradas es también mala por lo grueso del montante delantero y su inclinación, combinado con el gran tamaño del retrovisor; a mí eso no me ha ocurrido, tal vez porque los ojos me quedan más arriba. Maniobrar con él en lugares pequeños requiere cierta adaptación porque cuesta acostumbrarse a saber con precisión dónde están las esquinas delanteras del coche. La parte trasera es menos problemática, hay sensores de proximidad y, en el caso de la versión más equipada, una cámara trasera; la imagen que proporciona en lugares oscuros, como en un garaje, es algo deficiente por calidad y porque va a saltos.

El Sportage, como KIA advierte en el manual de uso, no es un coche indicado para circular fuera del asfalto más allá de pistas en buen estado. Tiene un sistema de tracción total conectable automáticamente que envía fuerza a las ruedas traseras cuando detecta que las delanteras patinan. También hay un interruptor que fuerza ese acoplamiento —hace que giren solidarias las ruedas delanteras y traseras— si se circula a menos de 40 km/h.


En el recorrido de pruebas que hago con los todoterrenos he tenido problemas para superar la primera rampa. Es una cuesta de tierra y piedras sueltas que, a medio ascenso, tiene una zanja transversal profunda. Cuando los coches llegan ahí, en función del recorrido de la suspensión, alguna rueda queda girando en el aire por lo que tiene que entrar en funcionamiento los sistemas de ayuda a la tracción. Subí tres veces; miento. Llegué a la cima una y las otras dos tuve que bajar marcha atrás porque el Sportage no podía traccionar. No creo que sea un problema del sistema de tracción porque permitía que las ruedas que estaban en contacto con el suelo siguiesen girando, sino más bien de unos neumáticos nada adecuados para el campo que patinaban sobre el suelo.

La vez que conseguí llegar al final de la subida, di la vuelta para bajar con el control de velocidad en descensos. Según ponía en el manual, era capaz de mantener la velocidad del coche en unos 8 km/h. No fue el caso y tuve que frenar yo antes de que se embalase demasiado.