Chrysler Sebring (2001) | Al volante del 2.7 V6 Autostick

26/12/2000 |Víctor M. Fernández

Su diseño es original, a medio camino entre una elegante berlina y un deportivo, y más personal en la parte delantera que trasera (que recuerda también al Chrysler 300 M).

La presentación interior es atractiva, pero los plásticos utilizados en la consola central y en la parte baja del salpicadero desentonan en un coche de su precio. También queda fuera de lugar en un coche de cinco millones que las inserciones de madera que encontramos en puertas y salpicadero sean un símil y no de verdad. El asiento con reglaje eléctrico (en altura, longitud, inclinación de la banqueta y el respaldo) y el volante forrado en cuero y regulable en altura permiten encontrar una postura agradable, si bien el volante se queda un poco lejos. La instrumentación tiene indicadores con fondo blanco, que le dan un aspecto refinado.

Una vez en marcha, no se aprecian vibraciones y la insonorización está bien resuelta. Su funcionamiento es suave, pero las prestaciones están limitadas por unos desarrollos de cambio largos. El cambio automático «Autostick» tiene sólo cuatro relaciones y el escalonamiento entre las marchas está muy abierto. Este detalle le hace perder cierto empuje. El motor estira bien hasta 6.500 rpm, pero no da la sensación de tener 203 CV. Este cambio con convertidor de par se puede utilizar de forma automática o manual secuencial. Para cambiar se mueve la palanca hacia la derecha, para reducir hacia la izquierda. El accionamiento es cómodo.

Aunque en Europa tiene suspensiones algo menos flexibles que en América, el Sebring sigue siendo más recomendable para circular por autopistas y carreteras de buen firme. En carreteras con muchas curvas, aunque estable, es menos ágil. La situación del motor V6 por delante del eje delantero contribuye a su tendencia subviradora; la parte trasera se agarra mucho y es muy difícil que llegue a moverse. Le falta un control de estabilidad (no disponible), lo que condiciona su seguridad activa.

El nivel de confort es elevado, pero las suspensiones no llegan a filtrar las irregularidades del suelo con la misma eficacia que rivales como el Peugeot 406 o el nuevo Mondeo.

La dirección cambia el grado de asistencia en función de la velocidad y tiene un tacto agradable, pero resulta algo lenta, poco directa. Me han sorprendido los frenos, no por su capacidad de frenada (con poco mordiente) sino por su resistencia al trato duro. El secreto reside en unas canalizaciones específicas para refrigerarlos situadas bajo el paragolpes