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Toyota Mirai (IV): compra y primeras impresiones

(viene de aquí)

El concesionario de Toyota de Geary Street consiste en una antigua nave industrial reconvertida. Las grandes bóvedas de vigas de acero, junto con su techo de madera y sus paredes de mahones rojos son testimonios del pasado industrial y comercial de la región.

Eran casi las cuatro de la tarde cuando Larry nos recibió. Alba y yo estábamos hambrientos, y la falta de aire acondicionado había hecho mella en nosotros. Antes de hacernos pasar a su oficina, Larry nos ofreció unos refrescos que nos nos hicieron recuperar el aliento. Minutos después, nos sentamos en su mesa los tres a hablar un poco del Mirai.

El espacio en el concesionario es diáfano y acogedor.

Tras una breve descripción en la que nos introdujo las características básicas del coche —que por supuesto yo me sabía de memoria gracias a artículos como este—, Larry nos describió una serie de requisitos para poder acceder a la compra del Mirai:

Mapa de las estaciones de hidrógeno de la Bahía de San Francisco. La más cercana que tenemos actualmente está en Hayward.

Podría parecer que estos requisitos sean barreras de acceso a potenciales clientes. Sin embargo, en ningún momento sentí que Larry nos estuviera desalentando a realizar la operación. De hecho, él mismo es propietario del coche, y mostraba una gran disposición a ayudarnos a tomar una decisión que se adaptase a nuestras medidas para no tener sustos más adelante.

Una vez revisados los requisitos, Larry nos dirigió al aparcamiento donde tenían varios vehículos disponibles de prueba. Me dio la impresión que Toyota, tras un inicio de comercialización bastante flojo, estaba dispuesta a darlo todo por tal de verlos rodar por la calle.

Al acercarnos nos dimos cuenta que el Mirai es un coche grande. Sus proporciones apriusadas engañan bastante en la fotos. Partiendo de que el estándar de Toyota es el segmento compacto, me sorprendí al verlo aparcado junto un Toyota Camry y comprobar que el Mirai tenía, efectivamente, más longitud y altura.

Estuvimos viéndolo por fuera unos minutos. Me parecieron muy interesantes las enormes tomas de aire frontales, poco habituales en los vehículos eléctricos. También me sorprendió la altura de la cintura, y la forma con la que los pilares A se fusionan con el techo, dando lugar a unas ventanillas delanteras con ángulo muy marcado en dicha unión.

Me pareció un detalle retro la luz de freno trasera, que cruza toda la anchura del portón del maletero como en algunos coches de los 80. El maletero, como es de suponer, tiene un tamaño limitado por el espacio que ocupa la batería y uno de los tanques de hidrógeno. No obstante, me pareció que el volumen de éste debía de ser cercano a la media de un compacto.

La luz trasera cruzando la anchura del coche de lado a lado.

A continuación pasamos al interior. Las puertas cerraron con un agradable sonido que parecía ser el resultado de una gran labor de aislamiento y muy buen ajuste de componentes. Me gustó la sensación de solidez del conjunto y la alta calidad percibida en los materiales. Salpicadero, puertas, partes inferiores del salpicadero y otras zonas del habitáculo están recubiertas con materiales suaves y muy bien ensamblados entre sí. No se oía ningún crujido al ejercer presión en diferentes puntos críticos como son superficies de unión y voladizos de paneles.

Debido al gran tráfico que había aquel día en la ciudad, Larry nos llevó al distrito del Presidio a realizar la prueba de conducción. Se trata de una zona de parques con numerosas caminos y carreteras en el lugar que antaño fuera una base militar española situada estratégicamente para controlar el tránsito marítimo que entraba en la Bahía.

Al llegar, Larry me cedió el puesto de conducción. Me ajusté la postura del asiento y el volante a mi gusto, cosa que fue sencilla debido a los múltiples grados de ajuste eléctricos. Cuando ya estaba dispuesto a empezar la marcha, me quedé sorprendido de la altura y verticalidad del salpicadero que tenía delante mío. En el Prius 2G del que venía la postura de conducción era menos estirada y la caída del parabrisas siempre me quedaba ligeramente por debajo del horizonte.

El inicio de la marcha me resultó intuitivo. La palanca selectora tiene las mismas funciones que el resto de vehículos híbridos de Toyota, y, al igual que éstos, el Mirai dispone una función de arrastre simulada que empieza la marcha de forma suave al levantar el pie del pedal de freno cuando la palanca se halla en la posición D. Todo esto esto ya me resultaba familiar después de haber tenido varios Prius.

El poco tráfico que había en el Presidio me permitió apreciar las virtudes dinámicas del coche. Me pareció que tenía buen aplomo y una suspensión orientada al confort, pero que gracias a su bajo centro de gravedad permitía negociar las curvas sin excesivo balanceo. Por otra parte, su motor (prestado del Lexus RX450h) empujaba de forma inmediata y movía con agilidad los más de 1800 kg del coche. Esta masa elevada quedó patente en el momento que solté el acelerador: el coche mantenía la velocidad deslizándose a vela con la más mínima pendiente. Con relación a esto último, el Mirai no dispone de conducción a un pedal: la acción de frenada se debe realizar en la mayoría de casos con el pedal de freno, aunque sí que dispone de una posición B que, sin llegar a ofrecer la retención del Chevrolet Bolt que había probado horas antes, permite realizar una conducción más relajada en ciudad.

El Mirai tiene unas dimensiones considerables.

Alba no perdió la ocasión para probar el coche, y sacó a relucir su capacidad de aceleración en los diferentes modos de conducción (ECO, NORMAL, POWER), así como la agilidad de la dirección. A los dos nos dio la impresión que aunque poco comunicativa, el número de vueltas entre topes del volante era claramente menor a las del Prius 2G (unas tres vueltas y media). Esto daba al Mirai una capacidad de reacción más inmediata que con el Prius.

Mientras Alba estaba al volante tuve la oportunidad de experimentar la vida a bordo dentro del coche. Me dió la impresión que Toyota había optado por una estrategia muy diferente con el Mirai respecto al Prius. Éste último, cuando llegó al mercado en 1997, era un producto donde los costes de ingeniería se habían dedicado en su mayoría al sistema híbrido/conjunto motor del coche, dejando el habitáculo en un segundo plano. Este hecho se se daba también —aunque en menor medida— en las subsiguientes generaciones del híbrido, que siempre estuvieron en el ámbito de interiores ligeramente por debajo de la competencia.

Con el Mirai, en cambio, parece que una de las prioridades de Toyota era fabricar un vehículo de pila de combustible donde no hubiera que hacer ningún sacrificio respecto a otros coches de precio similar en cuanto a acabados, equipamiento y calidad percibida. Obviamente existen ciertas limitaciones con las que se tienen que convivir, pero en definitiva, a Alba y a mí nos pareció un producto muy sólido respaldado por una marca con buenas credenciales. La decisión ya estaba tomada.

Otro aspecto en el que no caí hasta que viajé de copiloto, y que de hecho no había reparado en toda la jornada, fue que en ningún momento me había preocupado por la autonomía restante en el coche. ¿Cuánto quedaba? ¿200 millas? ¿150 millas? ¡Qué más daba! El Mirai tiene tanta autonomía que el viajar con el aire acondicionado encendido y practicar una conducción desahogada no es motivo de preocupación. Esto no suele ser así con todos los vehículos eléctricos.

De vuelta al concesionario, Larry nos indicó los requisitos que debíamos tener listos el día que fuéramos a recoger el coche. Además, debíamos enviarle documentación adicional para poder optar a los 5000 dólares de ayudas estatales que California ofrece a la compra de vehículos de pila de combustible. Con todo listo, nos despedimos hasta el siguiente lunes por la tarde.

Dos días más tarde nos presentamos de nuevo en el concesionario. Habíamos reunido toda la documentación necesaria y Larry nos comunicó que habíamos pasado los requisitos y que podíamos acceder al leasing. Nos derivó a un colega suyo del departamento de contabilidad, con quien pasamos un buen rato rellenando formularios en una pecera desde donde podíamos ver nuestro coche. Al acabar todos los asuntos bancarios volvimos con Larry, que durante nuestra ausencia había tenido el detalle de enviar toda la documentación a las autoridades competentes para optar a las ayudas estatales. A continuación nos dio un cursillo acelerado sobre cómo rellenar el depósito del coche en una estación de recarga falsa que tienen en el concesionario. También aprovechó el momento para entregarnos la tarjeta provisional de repostaje. Esta tarjeta va conectada a una cuenta de Toyota con unos fondos de 15000 dólares que únicamente pueden ser utilizados en combustible durante 3 años.

Tarjeta de combustible del Mirai. Únicamente se puede utilizar para repostar hidrógeno.

Por último, nos sentamos los tres dentro del coche para realizar los ajustes de bluetooth, preferencias, etc. que tiene el coche. Para nuestro pesar, Larry estaba empecinado en que saliéramos del concesionario con todo configurado, cuando lo único que queríamos era irnos de allí cuanto antes con nuestro nuevo coche. Para cuando acabamos de repasar todos y cada uno de los aspectos del coche, ya llevábamos casi tres horas metidos en el concesionario. Finalmente Larry se dio por satisfecho y nos dejó ir, no sin antes recordarnos que él visita a menudo Alameda, y que no dudásemos en contactarle para cualquier duda.

Alba inspecciona el coche.

Encendí el Mirai y puse rumbo a Alameda con la convicción de que para Alba y a mí, la etapa del motor de combustión había quedado atrás para siempre. Tan sólo en aquel momento reparé en que no nos habíamos “despedido” del Prius, que dejamos en el párking del concesionario como parte del pago de la entrada.

 

Continuará…

 

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