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Spray de pintura reflectante

Una de las primeras premisas (quizás la primera) de la seguridad activa –o más exactamente primaria-, es la de “ver y ser visto”; luego viene todo lo demás. Y esta premisa es tanto más importante cuanto mayor sea la diferencia de velocidades entre dos participantes en el tráfico; por ello, en el caso más extremo, que es el de los peatones respecto a la casi totalidad del resto -o sea, el tráfico rodado- se establece, siempre que sea posible, una total separación: los peatones por la acera (cuando ésta exista), y los que llevan ruedas, por la calzada. A este respecto, los patinadores están en una especie de Limbo; y de todos modos, hacen siempre lo que les da la gana. Y los ciclistas, en zona urbana, también están en una especie de “tierra de nadie”, que nunca acaba de definirse.

Así de visible resulta una bicicleta, una vez recibido el baño de spray reflectante, cuando en la oscuridad incide sobre ella una fuente de luz. Lo de aplicarle el spray a la cadena creo que podrían habérselo ahorrado: no aporta gran cosa como visibilidad, y no creo que a la cadena le haga ningún favor; salvo que el spray sea lubricante, cosa que dudo.

Por supuesto que las condiciones más adversas se presentan cuando hay muy poca o nula iluminación natural: noche cerrada, amanecer y anochecer, niebla, u oscuridad debida a nubes muy bajas, compactas y negras. Y añadido a esto, el problema se agrava cuando los participantes en el tráfico tienen que compartir la misma calzada, porque no hay otra: en carretera, zonas periféricas urbanas, y cuando peatones y ciclistas tiene que atravesar la calzada, intersectando la trayectoria del tráfico rodado a motor, mucho más rápido que ellos. Y aquí vamos entrando ya en el campo de la muy peculiar situación de los ciclistas, debida a la relativa indefinición de su status en el tráfico, puesto que a veces se les considera casi como peatones, y en otras, como uno más de los actores del tráfico rodado, ya sea motorizado o impulsado por su propio esfuerzo físico.

Pero además de ello, probablemente la bicicleta sea el tipo de protagonista del tráfico con mayor dispersión de velocidad: salvo cuando hay atascos, o curvas muy cerradas, un turismo viene a circular entre 50/60 km/h como mínimo, y 120/140 como máximo, con algunas excepciones por arriba y por abajo; no más de dos veces y media entre lo más lento y lo más rápido. Un camión y un autobús quedan enmarcados en la misma horquilla, salvo quizás subiendo a plena carga una cuesta muy pronunciada. Un peatón puede oscilar entre 3 y 6 km/h si va andando, y como mucho 25/30 km/h si es un buen deportista entrenando por las vías públicas; porcentualmente es bastante diferencia, pero en valor absoluto nunca supera los 30 km/h.

Bajo fuerte luz ambiental, el bote da la impresión de estar totalmente limpio; pero cuando se hace la oscuridad y sólo hay un haz de luz que incida sobre él, se comprueba que algo de spray había resbalado durante la fase de aplicación, haciéndolo claramente visible.

En cambio, una bicicleta puede ir desde a menos de 10 km/h en plan paseo tranquilo, hasta 80/90 km/h bajando una cuesta con buen pavimento, y se supone que por el arcén (aunque a esa velocidad es mucho suponer); la dispersión puede estar cerca de 80 km/h, y proporcionalmente, en la relación de casi 10 a 1. Por ello, su situación en el tráfico resulta de lo más comprometida, puesto que tan pronto puede circular a poco más que paso de peatón, como siendo cuesta abajo, casi igual que muchos camiones. Y además, en cuanto va un poco rápido, debe ir compartiendo la calzada con el resto del tráfico rodado, salvo en las muy especiales circunstancias de disponer de un carril-bici paralelo a una carretera o autovía; circunstancia que sería la óptima, pero que, por desgracia, todavía dista mucho de ser moneda corriente.

Así que, dada la volatilidad de su comportamiento dentro del tráfico, el problema de la visibilidad del ciclista resulta ser especialmente peliagudo, teniendo en cuenta tanto su fragilidad y su relativo pequeño tamaño, como la amplia horquilla de sus velocidades, que le llevan a interaccionar de modo muy fluctuante con el resto del tráfico. Por ello, y más desde que la Seguridad Vial ha ido tomando una carta de naturaleza cada vez más importante, la visibilidad del ciclista se ha ido convirtiendo en un asunto al que se le presta la máxima atención. En los viejos tiempos, los ciclistas nos conformábamos con llevar un pequeño catadióptrico rojo trasero, y un pequeño faro alimentado por una diminuta dinamo movida a su vez por fricción con el neumático delantero. Actualmente, las modernas baterías y los proyectores de LED han venido a sustituir con ventaja a aquellas antiguas tecnologías.

Grupo de ciclistas mostrando las diversas posibilidades de aplicación sobre su equipamiento, además de sus bicicletas: cascos, zapatillas, ropa e incluso mochila son susceptibles de ser rociados, sin mayor problema posterior.

Pero todo ello sigue siendo insuficiente; esos pequeños puntos de luz, aunque bastante brillantes en sí mismos, y por lo tanto eficaces en una carretera absolutamente oscura, no lo son en circunstancias de semipenumbra, como pueden ser ciertas vías urbanas o incluso interurbanas con un alumbrado que permite ver a “grosso modo”, pero sin definir con claridad lo que estamos viendo. Vamos, que un camión o un autobús son perfectamente visibles, y un automóvil también, aunque ya empieza a depender bastante del color de su pintura. Pero un ciclista sólo se distingue si el conductor de un vehículo a motor de cuatro ruedas se preocupa de ir controlando continuamente la zona del arcén o el carril derecho, y no básicamente lo que tiene por delante en su propio carril.

De modo que, lo mismo que para el peatón, el chaleco reflectante –en color que oscila desde el anaranjado-butano hasta el verde, pasando por el amarillo- se ha convertido en un adminículo imprescindible para el ciclista, ya que ambos configuran el colectivo más vulnerable entre los que conforman el tráfico. Los motoristas son igual de vulnerables, pero al menos tienen la ventaja de que su diferencia de velocidad con el resto del tráfico rodado es ni más ni menos que la misma que pueda tener un turismo, un autobús o un camión. Pero el peatón y el ciclista son adelantados por la práctica totalidad del resto, y por ello están en una situación de peligro constante. En carretera, el peatón todavía tiene la defensa de circular en sentido opuesto al tráfico rodado, y también que por su baja velocidad y la mayor adaptación de sus piernas a poder desplazarse a la cuneta en caso necesario, dispone de posibilidades de escape negadas al ciclista.

La aplicación del spray es, ni más ni menos, la habitual en este tipo de utilización, sin ninguna técnica adicional específica (al margen de procurar no rociar lo que no interesa, como siempre en estos casos).

Y quizás por ello, se siguen buscando más y más soluciones al problema de hacerle especialmente visible en esas condiciones de oscuridad o semipenumbra, en las que se encuentra expuesto al máximo riesgo. Ya hemos hablado del chaleco; pero la tecnología actual ofrece otras soluciones, como la del spray reflectante que constituye el motivo de presentar esta entrada. Como en buena parte de los comunicados de prensa que recibimos los periodistas, los orígenes del asunto resultan un tanto entremezclados y confusos, aunque lo importante sí está lo bastante claro, y esto es lo que en el fondo interesa.

El spray Life Paint, que es su nombre comercial, parece haber surgido de la idea de una agencia creativa británica, pero la materialización del proyecto la lleva a cabo industrialmente un fabricante sueco de sprays, y quizás de algún otro tipo de productos. La coincidencia de estas dos nacionalidades en el proyecto ha dado lugar a que Volvo UK –o sea la filial de Volvo en Gran Bretaña- haya sido la patrocinadora del lanzamiento de este producto, lo cual no es de extrañar siendo bien conocida la implicación de la marca sueca en todos los temas de la Seguridad Vial. La cuestión es que este lanzamiento se ha realizado utilizando como cauce seis establecimientos londinenses especializados en el mundo del ciclismo, que han repartido gratis 2.000 botes de este spray entre sus clientes, para que lo prueben y comuniquen sus impresiones. Si el resultado es positivo, se pasará a una comercialización en primer lugar en Gran Bretaña, y posteriormente a nivel internacional.

En un enfoque totalmente frontal o posterior, y dada la mínima sección frontal de una bicicleta, es cuando menos eficaz resulta lo del spray aplicado sobre ella. Por lo tanto, aquí pueden entrar en juego tanto su aplicación sobre vestimenta o mochila, el piloto rojo como en la foto, y también el clásico chaleco reflectante.

Así que vamos ya a entrar en las cualidades y comportamiento de este spray, que es lo que en el fondo nos interesa. El modo de aplicación es evidente: el mismo que en cualquier otro tipo de spray; y a la inversa, para eliminarlo basta con lavar el objeto sobre el que se ha aplicado. La información no puntualiza si este lavado debe ser enérgico o no, con algunas sustancia detergente o no; porque tampoco tendría ninguna gracia que si empieza a llover, la bicicleta (o el resto del equipo) se quedase sin la protección que entonces necesitaría más que nunca. Lo que sí se nos dice es que la duración útil de la aplicación viene a ser de una semana, aunque depende de la intensidad de la aplicación. Y en relación con esto, tampoco sabemos si un bote contiene suficiente spray para cubrir sólo una bicicleta o todas las de un equipo o peña ciclista.

Pero lo que sí resulta importante es que, a plena luz del día, el producto aplicado es totalmente transparente, y por lo tanto no modifica el color de aquello sobre lo que se aplica: si tenemos una bicicleta roja, de día sigue siendo roja, y si llevamos una mochila azul, sigue siendo azul. Esta es la gran ventaja respecto al chaleco reflectante: el efecto queda incorporado a la bici o al equipo (casco, mochila, ropa, zapatillas) que vamos a llevar, y no tenemos que preocuparnos de ponérnoslo y quitárnoslo, ni de andar calculando, antes de salir, si a la vuelta llegaremos tarde y debemos coger el chaleco, o no. Llevando la bici y el equipo debidamente impregnados de spray, durante el día ni se nota, y si se echa la noche encima, automáticamente pasan a ser reflectantes.

Como otros productos reflectantes, el Life Paint reacciona reflejando la luz que recibe en la misma dirección pero en sentido opuesto; es decir, que la máxima eficacia reflectante apunta precisamente hacia los faros (y por lo tanto los ojos del conductor) del vehículo que le ilumina. Como ya se ha indicado, y se puede ver en los documentos gráficos, este spray no es exclusivo para la bicicleta; de hecho, puede e incluso se debe aplicar sobre el resto del equipo: zapatillas, casco, mochila e incluso ropa deportiva. Porque precisamente de frente o por detrás es como una bicicleta ofrece mínima visibilidad, ya que su sección frontal es prácticamente despreciable; por el contrario, en vista lateral y para atravesar una calzada, consigue su máxima eficacia.

Aplicando el spray reflectante sobre el caso, y también sobre el dedo pulgar de la mano izquierda; pero es fácilmente eliminable.

Naturalmente, este producto no tiene por qué ser exclusivo para bicicletas y el equipamiento que las acompaña, aunque el impulso original haya sido con este fin; también resulta de lo más interesante para el cochecito de llevar al bebé si paseamos con él a horas de baja luminosidad natural, e incluso para el collar y la correa del perro si lo sacamos a la calle a horas intempestivas. Y por supuesto para la ropa de un peatón, especialmente en las zonas rurales donde la gente tiene que moverse con harta frecuencia y a cualquier hora por las carreteras.

En fin, todo lo positivo está más que claro; como lo está su capacidad reflectante, de la que dan testimonio las fotos. Lo que de momento está en el alero del tejado es el precio, y la superficie que un bote sería capaz de cubrir con eficacia antes de agotarse. Porque si lo del spray acaba saliendo por un ojo de la cara, seguiremos con el clásico chaleco, por más que sea un tanto incordiante lo que ponérselo y quitárselo, y qué hacer con él una vez que nos lo quitamos, porque ya hemos llegado a un destino que no sea nuestro propio domicilio. Pero esto es lo que hay, de momento; si el asunto prospera, pronto lo veremos en las tiendas no sólo de ciclismo, sino de repuestos en general, e incluso ferreterías y establecimientos similares. Y por supuesto, en “El Corte Inglés”, aunque es posible que si la cosa funciona, ya lo saquen bajo su propia marca.

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