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“Combustión” retardada

Palabra de honor que tenía pensado escribir este post sobre la película “Combustión”; pero como es lógico, se me adelantó nuestro “señor de las ruedas”, ese trasunto de “Snake Plissken” (Kurt Russell) con cuya opinión suelo coincidir con harta frecuencia, tanto respecto a las películas que veo (muchísimas menos que él, evidentemente) como a actores y sobre todo directores (yo tampoco soporto a la Coixet, y creo no ser el único). Pero como la peli en cuestión también entra en mi terreno, me considero legitimado para echar mi cuarto a espadas, por más que muchas de las opiniones vayan a ser redundantes con las emitidas, con su habitual desparpajo, por nuestro tuerto pero no por ello menos observador amigo.

Los protagonistas, vestidos “de tiros largos”, junto al Lambo Gallardo; o sea, todos muy gallardos
 

Del tema de “El automóvil en el cine”, y justamente con este título, ya hablé hace más de tres años, en el tercer post que escribí para este blog, a finales de Febrero de 2010; allí me referí al mal trato que, por lo general, sufre el automóvil en la mayoría de secuencias cinematográficas, con algunas señeras excepciones que ya señalaba y que no es cuestión de repetir aquí. Lo peor es cuando, de refilón o como tema central del guión, entra en juego la competición automovilística; muy pocas se salvan. Y peor aun es cuando, en una tendencia que se ha autoenergizado como un cáncer maligno, se mezcla la delincuencia con el volante; y no ya para la clásica huida de la policía, sino dando el protagonismo al robo de coches y las competiciones ilegales. La saga de “Fast and Furious” (creo que van a estrenar la séptima entrega) ha sido la culminación, aunque no el inicio; pero tampoco los franceses se quedan atrás, con las diversas entregas del “Taxi” del prolífico y efectista Luc Besson (hace sus películas y produce las de otros catorce, metiendo siempre algo de su cosecha).

Escena con 60 años de edad (“Rebelde sin causa”, de Nicholas Ray, y descubrimiento de James Dean);
aportación novedosa: zapatos con plataforma y tacón de aguja.

De las películas que tratan de competición, hace ya años que huyo como de la peste: “Días de trueno” me dejó vacunado de por vida. Menos mal que los dibujitos de “Cars” me reconciliaron con la posibilidad de que cine y coche puedan coexistir; pero por lo visto, sólo con animación. Y sobre las de delincuencia (robo y/o carreras ilegales), sólo las he visto unos pocos minutos haciendo “zapping”; y eso las americanas, porque si son españolas, sólo con ver el título le doy dos toques al mando a distancia. Y de esto precisamente es de lo que quiero platicar hoy: de la dificultad para imitar al cine americano incluso en las peores cosas que produce, y que no resulte todavía menos creíble que en el producto original. Por supuesto que “Combustión” ni la he visto ni la pienso ver: me basta con que “Snake Plissken” la haya calificado de irrisoria, delirante y patética.

Parte de la escudería facilitada por una empresa de alquiler de coches de alta gama;
éstos no podían chocar ni volcar, claro.

En cuanto al director Daniel Calparsoro, parece ser que es una muestra más de la deriva hacia lo comercial de alguien que empezó haciendo cosas de interés; la verdad es que en los últimos años, con el tema de la delincuencia como fondo, sólo recuerdo como obras sólidas (de lo que ya haya visto) “Todo por la pasta” y “La caja 507” de Enrique Urbizu y “La distancia” de Dorronsoro; parece que estamos de directores vascos. Ahora bien, algunas de las frases para la promoción de la película son realmente para enmarcar. El director empieza por querer “conectar con el público”, sigue diciendo que la cinta es “entretenida y vitalista”; también nos enteramos, según la promoción, de que la peli está llena de “situaciones límite, con gente que quiere vivir a tope, sin límites ni fronteras”, y de que busca “que te dé un subidón, ganas de salir por ahí, y recuperar ese espíritu rebelde que todos llevamos dentro”. Y según la guapa protagonista, su personaje femenino “elige dejar de sufrir para arriesgarse a disfrutar”: ¿y quién no elegiría eso?; claro que disfrutar, según de qué, dónde, cuándo y cómo. Pero disfrutar, lo que se dice disfrutar, a todos nos gusta.

El “prota”, con los guantes calzados para hacer una prueba en línea recta, tipo “dragster”,
en un puerto sin vigilancia(¡).

He tenido la curiosidad, ya que no voy a ver la película, de meterme en diversos portales de Internet que hablan de cine, para recopilar más críticas que la de nuestro colega de Km.77, amén de enterarme un poco más de los intríngulis de la peli. Y más o menos, todos los datos confirman que la receta es la de siempre: una mezcla de acción, sexo, violencia, prisas, vértigo, dinero, tías macizas y tíos “cachas”. Y todo ello encajado a martillazos, venga o no a cuento, en un guión absolutamente predecible, con diálogos que pretenden ser impactantes y resultan huecos e inverosímiles, y con todos los clichés del género que nos vienen exportados desde América.

El inevitable trío: la chica con el “corazón partío” entre el malo-malo y el bueno aspirante a malo.

Pero aquí reside el quid de la cuestión: no es lo mismo el producto original que la copia; porque lo que falla, en nuestro caso, es tanto el paisaje como el paisanaje. Uno de los críticos lo aclara muy bien: el asunto va de “bakalas”, poligoneros, chulos, nenas monas y sus “bugas”; pero para poder creérselo tiene que venir del otro lado del Atlántico y avalado con nombres propios, de actores y director, que suenen a habituales de estos temas. Y descontando al citado Urbizu y a Miguel Ángel Silvestre (“El Duque” al que nunca vi en aquella serie de título tan “fino”), casi se nos acaba el repertorio nacional, al menos por el momento.

Atracción fatal: la pérfida delincuente seduce al pobre muchacho para llevarlo
por la senda del mal; ¡pobrecito!.

He viajado por Estados Unidos lo bastante (de California a Nueva York, de Florida a Seattle, pasando por Detroit, Chicago, Washington o Georgia) como para saber que apenas si he conseguido rascar la primera capa de la realidad de un país tan multiforme. Pero lo que no hacen esos viajes sí lo hace el cine; muchos cientos de películas, por no decir miles, a lo largo de más de seis décadas como espectador. Y poco importa si esas películas nos dan la imagen real o deformada de aquella sociedad: USA es, para nosotros, lo que el cine nos presenta. Y como los primeros delincuentes en serio que conocimos fueron más bien los hermanos James, y luego Dillinger, Al Capone y Bonnie&Clyde, mucho más que “El Pernales” o “El pasos largos”, pues el arquetipo ya está formado. Y personajes como “El Padrino”, o su hijo Sonny, o la familia Soprano nos parecen el perfecto retrato de un delincuente “como debe ser”; y si los comparamos con nuestro “El vaquilla”, o el redimido “El Pera”, y no digamos esos miserables que asesinaron a la chica sevillana y ahora se están riendo de media España, nos damos cuenta de que la distancia, para bien y para mal, es abismal.

Los dos “gallos” enfrentados, y el Panamera de testigo.

Imitar miméticamente situaciones y “poses” no hace sino profundizar más en el precipicio que separa una sociedad de otra: la chica que daba la salida a la finalmente dramática prueba de aceleración en “Rebelde sin causa” nos resulta creíble, porque la distancia nos hace ser crédulos; pero la de “Combustión”, con minifalda y zapatos con tacón de aguja no nos la tragamos, por más que en alguna situación “poligonera” haya existido. Es lo mismo que en más de una ocasión les digo a mis conocidos fanáticos de las Harley-Davidson: por más que os pongáis el mismo atuendo que los “Ángeles del infierno” o la pareja de “Easy Rider”, y llevéis Harleys con horquilla “chopper”, no es lo mismo hacerlo por la llanura de Valladolid que por las de Arizona o Kansas; ni es lo mismo repostar en una Repsol que en una de esas clásicas con surtidor de botellas y manivela que todavía quedan a lo largo de la Ruta 66, y en otros sitios similares.

No podía faltar: segundos y segundos apuntando con el pistolón; y como en el epigrama,
“miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.

Nuestros poligoneros y sus chicas no dan la talla, quizás mitificada, de Vin Diesel y de las mozas que nos sacan en las pelis de ultramar, porque los arquetipos para algo están; y copiar, aparte de que está feo, es todavía peor si encima el producto te sale menos creíble que el original, y esto es lo que suele ocurrir. Y nuestros delincuentes motorizados, de los que el arquetipo son esos “aluniceros” a los que los jueces sueltan cada vez que los detienen, sin duda son gentuza bastante peligrosa, pero les falta el “caché” que, verdadero o falso, te da Hollywood. Ya tuvimos un “spaghetti-western”; una pena que ahora sea “A todo gas en Cascajuelos”.

Es evidente que, al menos cinematográficamente, el nivel de las delincuentes
ha mejorado mucho, con la crisis.

Y entrando más a fondo en el tema automovilístico, las filmaciones que de vez en cuando decomisa la policía y nos muestra la TV, indican que esas carreras ilegales poligoneras suelen ser con coches de tercera mano y de hace tres generaciones; mejor o peor preparados, eso sí, y con o sin óxido nitroso, pero en general bastante cutres. Y para la película, como había que darle “glamour”, la materia prima la ha facilitado una empresa de alquiler de coches de alta gama. Y las escenas más espectaculares (que por lo visto lo son bastante poco) son unas pruebas de aceleración a lo largo de los muelles de un puerto en el que (no sé si lo explican) no hay vigilancia de ningún tipo; porque un puerto (donde en muchas ocasiones hay una aduana a la entrada) no es lo mismo que un polígono industrial semiabandonado de los que, por desgracia, ahora proliferan en nuestro país.

Tampoco podía faltar: macizo de gimnasio para que las espectadoras quinceañeras
alegren un poco la retina.

En resumidas cuentas: que cuando no es por fas es por nefas, el automóvil sigue siendo maltratado e incomprendido en la gran, mediana y pequeña pantalla; qué le vamos a hacer. Al menos, quejarnos, y eso es lo que hago yo aquí; amén.

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