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A salto de mata. Varices en el cerebro . 08-07-2000
  Severo Búcaro

He visitado la página de Seat. Por indicación de mi director, he ido algo más lejos y consultado lo que allí se decía del modelo Arosa. Lo que hallé hizo que me hirviera la sangre, como me imagino que os ocurriría —de haberlo visto— también a vosotros, sin duda gentes de bien. Trato de explicarlo ahora, y trato también de contenerme, al parecer sin resultado alguno. Añado mi queja a la de Lear cuando pregunta: «¿hay alguna causa en la Naturaleza para producir esos corazones tan duros?».

Dicho de otro modo, ¿representa esta bazofia el espíritu de comunicación que Seat quiere realmente para sus coches? No es cierto eso de que en publicidad vale todo. No es cierto que todo tenga un precio, «valor» éste en el que la publicidad de aucland.com rizó el rizo, hasta que Álvarez del Manzano, que es tan sutil como una mortadela adulterada, pidió que se retirara la campaña porque atentaba contra el honor... de los bomberos.

Antes Madrid me mataba y ahora Seat me arrasa. La cultura dominante, mayormente yanqui, hace uso y abuso del verbo «arrasar». Aquí llega cualquiera y arrasa. Puede ser un «D.J.», un «master por la universidad de...» o un niño listo cualquiera, siempre que esté bien respaldado por un equipo experto en manipulación de masas, porque de lo contrario ninguno pasa de simple payaso. En sustancia, basta con que el arrasador sea joven, y conviene al objetivo si además ignora que la juventud es algo que caduca. Eso sí, al arrasar, el tontín de turno, armado con las fútiles y evanescentes leyes del mercado, se lleva por delante todo lo que no ha comprendido en su etapa de formación: lo vivo, lo valioso, los libros y los muertos. Para qué respetar nada, si el dinero puede llegar fácil.

Es eso de arrasar una costumbre bárbara, propia de analfabetos funcionales que, generalmente armados con estacas, se obstinan en introducir al prójimo en el camino de la verdad. O en el camino de la nada. Lejanos ya los tiempos en que las hordas cristianas llevaron a cristazos la revelación a los pobres indios de América, ya no queda verdad alguna que pueda desvelarse por las bravas, sea a guantazos o mediante el expeditivo sistema de la bomba lapa. Pues los fanáticos del RH, de un modo también canalla y desleal, no hacen al fin otra cosa que «arrasar», verbo inocente. Fascinados todos por arrasar, no sé yo a estas alturas de qué se sorprende ni por qué se escandaliza nadie cada vez que los monaguillos del coche bomba tienden una emboscada sobre civiles indefensos.

Arrasar es también lo que hace la página web de Seat. O sea, pasar un pesado cilindro por la cabeza de quienes no estén de acuerdo con las indiscutibles ventajas de ser joven. O compras un Arosa o eres un imbécil: no parece una forma educada de captar clientes. Abre la página de Seat en Internet y trata de elegir un Arosa. Echa un vistazo a esa lindeza, selecciona —entre los dos que se ofrecen— el campo que te parezca más oportuno. Prepárate para lo peor, porque si seleccionas la máquina de escribir en vez del ordenador (porque ese día te sientes así, porque te acuerdas de la primera máquina de escribir que te regaló tu padre, o simplemente porque te da la gana) serás lanzado a una página donde te operan las varices y te previenen contra los riesgos de haber nacido antes de tiempo. Es un ingenioso procedimiento por el que te llaman viejo de entrada y te despiden calándote de gilipollas, no sin antes despacharse contra Villaconejos en beneficio de NY, y no sé yo qué les habrá hecho a estos imbéciles la buena gente de Villaconejos. La Constitución no habla para nada de varices ni de creativos memos, pero a mí todo esto me suena fatal.

Si yo no tuviera buenos amigos en Seat, gente honesta que merece y necesita lo que allí les pagan, desearía que Seat no vendiera ni uno solo de los Arosa que fabrican. Al menos no por el procedimiento de difundir semejantes cosas por Internet. En Seat hacen buenos coches, pero sin duda han perdido el control sobre su comunicación.

¿Lo sabe Ferdinand Piëch? ¿Lo aprueba? De un modo u otro, es una irresponsabilidad tremenda poner la comunicación de tan buenos productos en una colección de seres cuyo único mérito presumible es el de haber aparecido, en el momento oportuno, ataviados con una estúpida coletita de creativos. Serán los próximos en cazar opciones de compra, y tampoco acabarán en la cárcel. Se enriquecerán con su invento de las varices, siempre que algún aludido no les ponga antes un petardo en la silla, por cantamañanas, aunque bastaría con que un responsable de la marca se diera cuenta de cómo están malversando su imagen en la Red.

La necia soflama que aparece en la página del Arosa difunde un mensaje fascista, excluyente, pernicioso para las normas de convivencia y casi contrario al espíritu de la Constitución española. Es malo que la ambición, que deja de ser sana cuando se vuelve ciega, desplace de ese modo a la generosidad y a la ley. Los jóvenes deberían ser cualquier cosa menos xenófobos, aunque estos de ahora llevan todas las papeletas, porque tienen pegado a la raspa el impulso de comprar y vienen dispuestos a casi todo por conquistar esa falacia que es el poder adquisitivo. Son criaturas del capitalismo, aunque ellos no lo saben; cuando se den cuenta de que su puesto de trabajo lo ocupa un extranjero del sur, que ha dedicado media vida a formarse y la otra media a buscar un paraíso que no existe, llegarán los líos. Claro que los líos ya están llegando.

En otro tiempo los de la máquina de escribir, desprovistos por naturaleza de ese reflejo condicionado de adquirir cosas, querían compartir, quebrar las leyes de la fuerza, suprimir a los malos, defender a los débiles (y respetar a los viejos): o sea, cambiar el mundo, anhelo a veces torpe, aunque casi siempre noble. Pero, ay, la mitad de aquellos jóvenes e inexpertos, otrora generosos y valientes, administran hoy grandes empresas, y muchos de ellos contratan a creativos con coleta grasienta, para que inventen fórmulas con las que arrasar a la competencia, trucos para barrer y aniquilar a quienes no quieren comprar un Seat Arosa. Son una caterva de lelos. Tienen varices en el cerebro. (Y probablemente Piëch, que no es ningún joven, también).

*Severo Búcaro es periodista o así.

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