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Rembrandt, por los pelos, de regalo

He llegado a ver la exposición de Rembrandt en Madrid. Hoy, día de Reyes, era la última posibilidad. Cerraban a las dos de la tarde y he llegado poco antes de la una. La cola ha durado quince minutos y he tenido casi 40 para verla. Ha sido rápido, pero suficiente. Qué placer. El mejor regalo de Reyes, por ocho Euros y una cola rápida, amena, con la incertidumbre de si llegaríamos a tiempo para entrar o nos dejarían fuera.

Luego, a la salida, han cerrado la puerta. Ya no se puede ver más a Rembrandt en Madrid.

Uno tiene los cuadros delante y sabe que cuándo deje de mirarlos dejará de verlos. Que no sirve de nada la memoria. Uno se puede cansar de verlo, pero en cuanto deja de verlo lo ha perdido.

Para consolarme, he ido a comprar un roscón de reyes. A mi juicio, los mejores de Madrid los hacen en el Horno de San Onofre y en La Santiaguesa, que son empresa común. Lo he comprado en La Santiaguesa, calle Mayor, 73.

La chica que me ha atendido ha sido muy amable. Le he comentado que sería maravilloso que hicieran roscones todo el año. «No», me ha contestado, «después de unos días ya no es lo mismo. Lo bueno es la novedad, luego te cansas. Pasa lo mismo con los buñuelos».

Me ha asegurado que durante todo el mes de enero tendrán roscones. Pasaré algún día más a comprar.

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