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La vida puede ser una maldita jodienda

¿Señores y señoras?

 

¿Qué tal están? Iba a hacer una broma de catalanes/as pero luego hay alguno que se enfada (ya saben, esta no es la era de la conectividad sino la era del enfado) y me recuerda que no puedo salirme del guión porque él me lo dice y él sabe de estas cosas. Ay, la gente es fascinante.

 

Saben esa broma de twitter que explica cómo provocar una pelea en esa bonita red social:

 

 

En todas partes es lo mismo, excepto quizás en Instagram, en la que todo es guay todos/as nos queremos mogollón.

 

En fin, vayamos a lo nuestro.

 

Esta semana se estrenan dos películas de las que ya les he hablado: Un lugar tranquilo e Isla de perros. La primera es esa deliciosa joya firmada por Jon Krasinki sobre un mundo que se ha vuelto silencioso a la fuerza. Maravillosa.

 

La segunda es la de Wes Anderson: les bastaría con recuperar el post anterior a este que se encuentran leyendo ahora para ponerse en situación.

 

Pero también se ha estrenado otra película que ha pasado desapercibida para la mayoría de los mortales y que es un auténtico monstruo (en el buen sentido): Custodia compartida.

 

Este filme habla de un asunto bastante jodido y sobre el que se puede discutir largo y tendido. Lo que se sucede es que ni tengo hijos, ni me considero capacitado para largarles una perorata sobre el tema. Me he divorciado, pero no teníamos hijos/as. Y doy gracias por ello, porque mirando a mi alrededor he visto cosas bastante desagradables.

 

En la película (ya pueden empezar a polemizar) los niños no quieren estar con el padre, que es un tipo con un temperamento poco medido. Todas las partes intentan primero llegar a un entendimiento por el bien de las criaturas, pero ya se imaginan que no hay acuerdo posible. Así es como lo que parece un drama acaba convirtiéndose en una maldita película de terror que se parece mucho a El resplandor y poco a Kramer contra Kramer.

 

No quiero desvelar más porque les jodería la película (y quizás ya he dicho mucho), pero se trata de un filme potentísimo, muy bien interpretado (el dúo protagonista -Léa Drucker y Denis Méynochet- ofrece un auténtico recital) y que juega con sabiduría en los márgenes de los géneros, consiguiendo que lo que podría haber sido un pastiche sea un auténtico puñetazo en el estómago.

 

Muchos verán en esta película otro peldaño en eso que consideran una guerra contra el hombre, por aquello de que la custodia acostumbra a pasar a la madre. Yo creo que eso sería una memez, porque de lo que Custodia compartida habla realmente es de la fragilidad de la psique humana, de lo cerca que transitamos por las fauces del abismo sin ni siquiera ser conscientes de que un mal paso nos llevará directos al infierno.

 

Tengo la seguridad de que todos/as (o casi todos/as) hemos estado en una de esas situaciones en las que uno se pregunta “Cómo diablos he llegado hasta aquí”, y lamenta no haber tomado un camino distinto. Lamentablemente, los periodos de máxima reflexión se producen cuando ya estamos de fango hasta el cuello y lo daríamos todo por tener un DeLorean y volver al pasado.

 

Échenle un ojo a la película. Es dura de cojones, pero vale la pena. Eso sí, si por circunstancias de la vida se encuentran en un momento delicado de sus vidas, mejor lo dejan para otra ocasión.

 

Abrazos/as y feliz día del libro, compren, regalen y lean todo lo que puedan.

 

T.G.

 

 

 

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