«La Tierra me mueve». Capítulo primero.
Lugar: Alicante
Coche: Kia Xceed PHEV
Kilómetros en coche: 1680
Consumo promedio: 4,8 l/100 km
Kilómetros a pie: 22,5

Amigas, amigos. La pandemia va llegando a su fin y he decidido volver a salir a la carretera a hacer miles de kilómetros. Como cuando fui desde el Trópico de Cáncer hasta el Círculo Polar Ártico en una de nuestras pruebas de larga duración, o como cuando fui a ver Auroras Boreales con mi queridísimo Víctor Jiménez al que tanto recuerdo. Quiero conducir de nuevo y cansarme de hacer kilómetros. Sólo que esta vez será por España y siempre con un Kia. Quiero regresar a nuestro territorio, visitarlo y encontrar atractivos de forma aleatoria, redescubrir carreteras y rincones como una invitación a todos para que recuperemos nuestros sueños, nuestra tierra, nuestros paisajes, nuestros productos y a nuestra gente. Salimos en busca de aventuras, sin un plan prefijado.

Nos ocurrirá como al Quijote: Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.

Iremos a la aventura, el coche, mi cámara y yo, salvo que, si hubiera que desfacer algún entuerto, no cuenten con mi brazo.

En nuestro viaje, cada cruce nos hará dudar y, como Rocinante, haremos lo que nos pida el cuerpo. Queremos abrir interrogantes por toda España y perdernos por carreteras desconocidas, sin más propósito que el de viajar, inspirarnos y descubrir.

La primera etapa de este recorrido ha sido por Alicante, donde hay un enjambre de carreteras con el número 77 en su denominación. Para km77, no podía haber mejor arranque.

Ruta por la provincia de Alicante. Hacer clic para ver en google Maps.
Ruta por la provincia de Alicante. Hacer clic para ver en google Maps.

Paraíso del 77

Como Kia nos ayuda, el punto de partida es un concesionario de Kia. En este primer capítulo de la “Tierra me mueve”, es el concesionario Kia de Alicante. A partir de ahí, la A-77 parece hecha especialmente para nosotros. No podíamos empezar por otro lugar.

Para un medio que se denomina km77, tomar el desvío hacia la A-77 es decisión de obligado cumplimiento

Déjate llevar

Igual que Rocinante tiene querencia por sus caballerizas, mi cuerpo tiene debilidad por las carreteras con encanto. Te pueden atrapar por infinitos motivos: el trazado de las curvas por un desfiladero con un río cerca es uno de mis favoritos, un paisaje de montañas, un valle, un asfalto primoroso con unas curvas enlazadas, una vegetación rica, los colores de otoño o primavera… La carretera que va desde la A-7 hasta Alcoy es una preciosidad diferente. Un escenario decorado por un circo de montañas que envuelve una población.

Me acerco a besarle la mano a Alcoy y doy la vuelta en busca de más carreteras que me lleven a recorrer mundo. Voy, como el Quijote, ávido de inspiración y deseo. Al poco de dejar Alcoy, encuentro un cruce con una indicación no puedo rechazar: (CV-70. Benilloba, 9; Benidorm, 50). De Benidorm he escrito en mi blog (Benidorm tiene su corazoncito) y Benilloba está aquí al lado. Además, la carretera tiene un 7. Todo son invitaciones para meterme por ese cruce.

Alcoy (Alcoi, como pone en valenciano en los carteles de la carretera) está situada en una hondonada rodeada de farallones montañosos. Un escenario y su decorado.

Enjambre de sietes y setentaysietes

Desde la carretera veo un castillo, un cielo bonito con nubes y un tapiz verde que lo cubre todo. El castillo de Penella, cuya foto encabeza este reportaje.

Sigo y me topo con el nombre de Cocentaina en un cruce. Me doy cuenta de que conozco el nombre de muchas poblaciones del interior de Alicante: Alcoy, Cocentaina, Elche, Elda, Ibi, Jijona, Onteniente, Orihuela, Villena… Creo que no hay otra provincia española de la que conozca tantos nombres de poblaciones del interior, sin haber estado nunca antes en esos sitios.

Algún antepasado mío era de Cocentaina o vivió en Cocentaina. Giro en el cruce sin dudarlo. En sus calles, aprovecho para cargar la batería del coche mientras como algo, paseo, veo los restos de la muralla y hago alguna foto de sus callejuelas antes de seguir la ruta, que me lleva hasta Penáguila.

Callejuela de Cocentaina

La aventura en Penáguila

​En Penáguila me detengo a hacer una foto con el fondo de un barranco que llama mi atención y mientras hago la foto se me acerca Pedro para invitarme a meter el coche en un recodo «porque la foto va a ser mucho mejor». Me convence. Poco después ya se ha presentado: Pedro Díez Molina, ingeniero, periodista, abogado y coronel de la Guardia Civil.

Pedro Díez Molina habla con fluidez y cuesta saber si lo que dice es verosímil o no. Le escucho con atención porque es muy amable. Mientras me habla, acaricio a su perro que es tan cariñoso como él. Quien se presenta como coronel de la guardia civil me cuenta que las cuevas y las entradas que se ven en las rocas fueron horadadas por mujeres árabes y relata historias pintorescas: mientras ellas trabajaban horadando la roca, los hombres se emborrachaban en el pueblo. Luego, cuando ellas les pedían el producto de su trabajo y ellos enseñaban las manos vacías, «les cerraban las piernas».

No sé qué puede haber de cierto en esta historia. Pedro la cuenta reverencialmente y, además, asegura que tengo que subir a pisar el barranco. Le hago caso y subo por el camino para acercarme si es posible a ese lugar tan inhóspito en el que vivían las mujeres, según él.

Barranco de Penáguila

El barranco con los colores de la piedra vertical y sus cuevas merece una visita sosegada, para la que no tengo tiempo, porque queda poca luz. Además, es una subida más difícil de lo que yo había previsto. Pedro me había asegurado abajo que no venía conmigo porque se había caído hacía un tiempo en el propio barranco y tenía mal la rodilla.

Cuando llevo un buen rato trepando, en algún punto con relativo peligro, me doy cuenta de que por ese camino probablemente no vaya a acercarme a la pared del fondo y además me asalta la duda. He dejado el coche abajo, con todas mis pertenencias. ¿No será una trampa? Este camino no es un senderito diáfano que lleve a un punto concreto, al menos sin conocerlo. Corro el riesgo de resbalar y de caerme. Efectivamente es fácil romperse una pierna aquí. También la cabeza. Hago una foto desde el lugar más próximo a la pared y regreso hacia el coche con toda la rapidez que me permite la montaña escarpada.

Regreso con angustia por mi mala cabeza. Pedro parece una buena persona, pero cualquiera puede parecer buena persona si intenta que te alejes. No he oído la alarma del coche y me tranquiliza. Aun así, bajo preocupado y todo lo rápido de lo que soy capaz, en un camino que no es camino, con rocas por las que resulta fácil resbalar y sin calzado ni equipo adecuado.

 

Finalmente, tras una roca, aparece el coche. La misma visión que fotografié al empezar a subir, pero ahora con el coche en sombra. Dejo de correr. Ver el coche me calma. En el momento que me acerco más, veo que Pedro deja apoyado un bastón en el retrovisor.

—Cuando puedas, lo acabas de pelar con un cuchillo y verás qué sonido más bonito hace. Es un sonido maravilloso.

“Mi lanza de Quijote”, pienso cuando me la entrega. Lo cierto es que es un bastón precioso. Pedro es un ser entrañable y he pasado miedo sin ningún motivo.

—Aquí estoy. Ven siempre que quieras y aquí me encontrarás— me dice después de que guardo mi lanza con mucho cuidado dentro del coche.

Pedro me había dado su nombre, pero no lo apunté y olvidé sus apellidos. Al día siguiente, a una hora parecida, regresé sólo para conocer sus apellidos y, efectivamente, ahí estaba y me recordaba.

Carreteras como balcones para pasar la tarde

Abandono Penáguila con la lanza que me ha regalado Pedro Díez Molina, ingeniero, periodista, abogado y coronel de la guardia civil, definitivamente armado caballero, título que me autoriza siempre más a buscar aventuras y desfacer entuertos sin mayor propósito.

Como caballero que ya soy, estoy autorizado a facer lo que me venga en gana (no como antes) y sigo por la CV-785 de regreso hacia Alicante capital, en las horas del atardecer. Para estrenar mi nueva condición, la salida de Penáguila me lleva a una carretera en tramos oblicuos por los que venzo la ladera en sucesiones de curvas y rectas, con Penáguila y buena parte de la tierra que he recorrido hoy en el paisaje. Esta carretera obliga a volver la vista atrás, para descubrir también de lejos el campo bellísimo por el que he estado surcando carreteras todo el día.

Alicante. Nuestra Tierra. CV-785
CV-785 La carretera de los balcones sobre Penáguila, que queda escondido al fondo

En el descenso desde el Port de Tudons por la CV-770 llego a “un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquellos tomarían; y, por imitarlos, estuvo un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza”.

Mi querencia, a diferencia de la de Rocinante, es la de descubrir carreteras nuevas y como sé que la CV-770 merece una mención especial en este reportaje, me desvío por la CV-778 hacia Relleu, que está sólo a 11 kilómetros.

El baile que me lleva a casa

Al llegar a Relleu encaro ahora sí hacia mi caballeriza, sin más ambición de aventuras para este día que acaba. Iluso de mí. La CV-775 es la carretera que uno no querría abandonar nunca. Toda ella es un tapiz negro, con el firme en perfecto estado, curvas amplias y seguidas en las que conducir se convierte en el placer inefable, enlazando curvas, acariciando el volante, notando los cambios de apoyo suaves en cada gesto. Es una conducción armónica y estilosa, en la que cada componente del coche parece cobrar razón de ser. Un asiento que te sujeta bien, la dirección precisa, un volante del grosor adecuado, el acelerador, el freno, y cada tornillo, cobran vida. Conducir por la CV-775, con el mar al fondo, como destino, en bajada, sin frenadas bruscas, siempre en apoyo, me recuerda a un una danza en la que los pies flotan sobre la pista. Seguro que si mi rocín fuera capaz de cabalgar, la sensación sería parecida.

La CV-775 cierra mi jornada. Me lleva hasta la costa y de ahí a Alicante, donde abrocho el recorrido. En un día he arrancado y he parado en muchas carreteras que tienen el 77 incluido en su denominación. Ha sido un descubrimiento. Todas estas carreteras unen pueblos que merece la pena descubrir despacio. Sé que en uno de estos lugares ofrecen paella de jabalí y que hay pueblos y ríos cuyo nombre te lleva a provincias del norte. Y, seguro, lugares de hospedaje maravilloso. Pero no. Este texto no forma parte de una guía de turismo, sino de las andanzas de un aspirante a hidalgo caballero de querencias caprichosas en busca de aventuras por la península ibérica.

La CV-775 es la carretera que uno no querría abandonar nunca. Toda ella es un tapiz negro, con el firme en perfecto estado, curvas amplias y seguidas en las que conducir se convierte en el placer de los caballeros andantes, enlazando curvas, acariciando el volante, notando los cambios de apoyo suaves en cada gesto.

Para no olvidar

Pico Aitana

En todas las provincias subiré al pico más alto. Un pequeño reto. A veces será inútil, porque no se verá nada en las fotos, por mal tiempo o por el motivo que sea. En otras, como en esta, algunas fotos sí muestran la belleza del paisaje. También gracias a los coches, podemos caminar y subir montañas. Si no nos acercaran, sería muy difícil hacerlo.

En las carreteras de Alicante he disfrutado mucho desde dentro del coche, pero también he disfrutado desde que he dejado el coche aparcado en la Font del Partegat y he subido al Pico de Aitana.

La caminata para subir y bajar ha durado cuatro horas aproximadamente. Todo el camino de subida y bajada es más bonito que la cumbre. No es necesario llegar hasta arriba para disfrutar de la caminata.

Aunque se trata de un pico de poca altura, conviene preparar bien la ascensión para no correr riesgos innecesarios. La montaña es siempre peligrosa y cualquier excursión puede torcerse por una caída o por cualquier otro motivo. Mis fotos y este texto no son una invitación a subir. Ni a quedarse abajo. Si subís, asegurad que sabéis exactamente por dónde lo hacéis y que podéis afrontar esa dificultad y los imprevistos que puedan surgir.

El pozo de nieve

En este viaje he aprendido cómo se trabajaba la nieve durante el invierno para que aguantara el mayor tiempo posible durante el verano. He aprendido que el uso de la nieve está documentado desde la época medieval y que desde el siglo XVI se populariza para la elaboración de bebidas refrescantes y para la elaboración de helados. Poblaciones como Ibi, en la provincia de Alicante, tienen una larga tradición en la fabricación de helados y esa historia se debe a la gestión de la nieve en las montañas cercanas.

Para la conservación durante el mayor tiempo posible, se construían pozos en zonas altas y sombrías en los que se almacenaba y se prensaba la nieve, separándola por capas mediante material aislante. El pozo se cubría siempre para evitar la entrada de agua. Los nevateros (así aparecen nombrados en la información situada en la vera del pozo) trabajaban desde las primeras nevadas para acumular nieve durante todo el invierno en unas condiciones durísimas, a causa de las cuales abundaban los casos de congelación, hipotermia y ceguera, por exposición continuada y sin protección al reflejo de los rayos del sol sobre la nieve.

En verano se extraía la nieve, convertida en hielo, y se transportaba en bloques, sobre animales, desde la falda del Aitana hasta Alicante. Era un producto caro sólo al alcance de las personas con posibles. El hielo se llegó a poner de moda como elemento de afirmación de la categoría de quienes podían pagárselo, según cuenta algún cronista.

El coche: Kia Xceed PHEV

Dice el ordenador del Kia Xceed que hemos pasado 30 horas juntos, con el contacto dado. En cinco jornadas, una media de seis horas al día juntos. Mucho tiempo. Durante este tiempo, el coche ha sido mi oficina y mi medio de transporte. También el lugar en el que he guardado mis pertenencias, entre ellas el bastón o lanza que me regaló Pedro, que me convirtió en hidalgo caballero, y que tendré que llevar a todos los viajes a partir de ahora para estar protegido de villanos y malandrines.

En realidad, he pasado junto al coche muchas más de las 30 horas que indica el ordenador, porque en su asiento he repasado fotos, he atendido llamadas de teléfono, he contestado a correos electrónicos mientras el coche cargaba, he mirado paisajes y me he resguardado de la lluvia cuando más arreciaba. El coche me ha dado fotos, me ha dado curvas, árboles que contemplar, paisajes y aventuras.

He cargado la batería todas las noches y algún rato suelto, en Cocentaina. En total, de los casi 1700 kilómetros que hemos recorrido, unos 200 han sido en modo eléctrico y el resto en modo híbrido. Alrededor de 900 kilómetros han sido por autovía a 120 km/h y el resto por carreteras de montaña con fuertes subidas y bajadas y muchísimas paradas para tomar fotos. Siempre en modo ECO y siempre con la palanca en modo automático. En estos cinco días, el único momento en el que el coche y yo hemos estado a más de un kilómetro de distancia ha sido cuando lo dejé aparcado para subir al Pico Aitana. He hecho muchas fotos de paisajes y carreteras a través de su espejo, que son mi especialidad, pero ninguna de ellas es especialmente buena. Publico una, para que no se diga.

Aparte de lo que he disfrutado conduciendo el coche, saboreando el tacto, los paisajes y la curvas de las sugerentes carreteras del interior de Alicante, lo que más he agradecido es que cada vez que desconectaba el contacto para salir, el asiento retrocedía automáticamente para dejarme más espacio para las piernas. Nunca he agradecido tanto que el asiento me facilitara la salida del coche. No he llevado la cuenta y es un dato que quizá tenía que haber apuntado. Es posible que haya entrado y salido más veces del coche en un solo día que en otro mes cualquiera.

El consumo medio tras estos casi 1700 kilómetros ha sido de 4,8 litros cada 100 kilómetros.

Treinta horas juntos asegura el indicador que hemos pasado juntos, con un consumo medio de combustible de 4,8 litros cada 100 kilómetros. En total, 1681 kilómetros.

Valgauto Motor. Concesionario Kia de Alicante

La concesión de Kia de Alicante da empleo a 70 personas entre sus 10 sedes en diferentes poblaciones de la provincia. En números redondos, en 2019 vendió 50 coches por empleado y, en 2020, 40 coches por empleado. Estos 70 trabajadores tienen el mérito de haber conseguido situar a Kia como la marca más vendida entre particulares en 2020 en la provincia de Alicante.

Alberto García, que es el gerente de Valgauto, habla con pasión de su trabajo: “Tenemos diez instalaciones: Alicante, Elche, Orihuela, Torrevieja, Elda, Alcoi, Ibi, Denia, Benidorm y San Juan, ocho de ellas con taller”.

Entré en el 2011 a Kia en Alicante, que pertenece al Grupo Marcos, en donde llevo trabajando 20 años. Entré de comercial y estoy en este puesto desde 2011.

“En 2011, esta tienda la teníamos dividida por la mitad, media para Kia y la otra mitad para Hyundai. Además, sólo teníamos otra instalación, en Elche, también a medias, en ese caso entre Kia y Nissan. Los talleres eran compartidos. Desde entonces, cuando sólo había cuatro vendedores y todos hacíamos de todo, hemos crecido, junto con la marca, porque si la marca no evoluciona como ha evolucionado no hay nada que hacer, hasta la situación actual, con 70 empleados, 10 instalaciones, 4 jefes de ventas y un jefe de posventa.

“De los 400 coches que vendimos en 2011 pasamos a 2600 en 2020 y 3300 en 2019, cuando fuimos el concesionario de Kia de más volumen de toda España.”

“En 2011, mis compañeros y amigos me decían ¿A Kia te vas? Yo mismo pensaba: ¿A Kia? ¡¡Y fíjate ahora!! (Le brillan los ojos) Tenemos un producto brutal y el boca a boca ha funcionado. Tenemos a nuestros clientes muy satisfechos y trabajamos con humildad. Tenemos que cuidar a nuestros clientes siempre. Nada de lo que hemos conseguido sirve para algo cuando empieza cada día. Cada mañana tenemos que empezar de cero. Cada día, cada cliente tiene que estar muy contento y tenemos que esforzarnos por conseguirlo. Si Kia no hubiera trabajado como ha trabajado, no tendríamos nada, eso es así. Pero tampoco basta. Entre todos tenemos que esforzarnos. Hay otro aspecto muy importante. Kia cuida mucho a sus concesionarios. Fíjate. Un jefe de ventas que está conmigo lleva 16 años en Kia. Piensa en él. Le ha cambiado el mundo. De lo que era Kia hace 16 años a lo que es ahora.»

¿Tiene alguna particularidad el mercado de Alicante?

“Sí, hay dos tipos de clientes muy diferentes. Las poblaciones del interior que trabajan en la industria o en el campo y las poblaciones de la costa, que viven principalmente del turismo y donde muchos de nuestros clientes son turistas. Lo más curioso, entre nuestros clientes, son algunos extranjeros que viven unos seis meses en España y otros seis meses en su país. Vienen aquí en invierno y regresan a sus países en verano. Son clientes peculiares, a los que nos les importa tanto el dinero, pero que son muy exigentes con los horarios y el servicio.”

Me inspira conducir

He encontrado tres carreteras inolvidables en mi recorrido por Alicante. De la CV-775 ya he hablado. Es una carretera soberbia que yo querría recorrer todos los días de mi vida, como la recorrí ese atardecer de abril.

La otra carretera que me parece un manjar es la CV-770, que en algunas señales aparece como CV-77. Merece mención especial en este reportaje, por su nombre y por su trazado. Sale desde Villajoyosa, culmina en el Port de Tudons, desciende hasta Alcoleja y termina en Benasau, muy cerca de Penáguila. Por su nombre y por el gustazo de conducir por ella, la he recorrido en varias ocasiones. A primera hora de la mañana, a mediodía y con el sol casi puesto. El primer día, cuando bajaba por ella a primera hora de la mañana, al descender hacia el mar, tuve la misma sensación que una vez que volé en helicóptero entre montañas. Después de cada collado aparece un paisaje nuevo y la perspectiva cambia radicalmente porque pasas de tener la tierra muy cerca a tenerla muy lejos una vez superada la montaña. Sin embargo, a pesar de lo singular de su trazado, por lo que de verdad me ha atraído esta carretera es por la vegetación. 

No es una carretera tan placentera para conducir como la CV-775. La CV-775 es una carretera mágica, con curvas de radio y amplitud perfectos para constantemente con el coche en apoyo, con la sensación exacta de llevarlo constantemente sobre un alambre tenso y curvo. La CV-775 te permite sentir el coche en equilibrio como pocas carreteras.

La CV-770 es diferente, porque las curvas son más lentas y es más estrecha. No puedes mantener la misma velocidad de forma constante. Aceleras y frenas irremediablemente, pero es una carretera también muy “disfrutona”, juega contigo como tú juegas con ella y además tiene una variedad de vegetación especialmente rica, por lo que apetece pararse y caminar. De hecho, estoy seguro de que vale la pena dejar el coche aparcado y caminarla durante varias horas.

Además de estas dos carreteras he pasado por un tramito especialmente seductor. Son los primeros kilómetros de la carretera CV-778, a partir del km-0. Pongo fotos en la galería de imágenes.

Alicante, mucho más que mar